miércoles, 27 de abril de 2011

1. Ver para creer


Educadores. Apuntes para pensar el oficio en contextos de encierro

Más de una vez quienes trabajamos como educadores en contextos de encierro nos hemos encontrado con personas que se llenan de curiosidad en cuanto se enteran de qué va nuestra tarea. Prende el interés, surgen preguntas y hasta es fácil que rápidamente se encienda el debate. ¿Qué los conmueve? Quizás corroborar aquello que han escuchado (las mil y una historias que circulan sobre la cárcel) o tal vez conocer aunque sea de oídas algo relacionado con el mundo del delito (las causas, el lenguaje, las penas) o el simple gusto por acercarse a aquello que no se ve (¿qué pasa ahí adentro? ¿qué cosas castiga la sociedad con el encierro?), porque la cárcel es percibida como un lugar de reclusión pero también de ocultamiento. Por eso preguntan, porque quieren saber. Y cuando hablamos de nuestra tarea, las reacciones que se suscitan son bien distintas: desde los que ven en la educación un beneficio (“tus alumnitos están mejor que en la escuela de mis hijos”) hasta los que ingenuamente creen que es un espacio ideal (“¡Qué lindo trabajar ahí! Es mi sueño”).

¿Y nosotros, los docentes, qué pensamos de nuestra tarea?

Nuestro trabajo nos enfrenta a una de las mayores injusticias de la justicia: que no todos somos iguales ante la ley. No significa esto que quienes no trabajen en una cárcel no lo sepan (incluso muchos quizás ya hayamos reflexionado sobre estas cosas antes de comenzar nuestra labor aquí). Pero lo cierto es que el contexto (el encierro) de algún modo nos obliga a los educadores a ver porque todos los días la realidad se instala innegable ante nuestros ojos, y lo hace con tanta contundencia que nuevos interrogantes interpelan nuestro hacer. Vemos la realidad, la analizamos, establecemos relaciones, trazamos correspondencias, cuestionamos a otros y nos cuestionamos, desconfiamos de recetas fáciles y explicaciones parciales, nos preguntamos cómo y aceptamos el desafío porque de eso se trata este oficio: una apuesta a la transformación.

¿Y qué vemos los docentes?: 
  • que nuestros alumnos atravesaron otros fracasos, además del educativo; 
  • que casi todos son pobres o vienen de familias económicamente inestables; 
  • que hay una relación obvia entre pobreza y marginalidad, y una relación estrecha entre pobreza y delito.

Repasemos esta última proposición: la relación entre pobreza y delito ¿significa que una implica necesariamente al otro, de modo que pobreza y delito son iguales? No. Rechazamos la frase “la peligrosidad de los pobres” (y su variante formulada en carácter de probabilidad: “los pobres son potencialmente peligrosos”) por ser científicamente errónea y moralmente aberrante. La “mirada genética” que hurga en el mapa de ADN para dar con el fragmento cromosómico que lleve el cartelito de “delincuencia” es determinista. La “mirada social” que explica conductas individuales como reflejo directo de lo económico o lo social también es determinista, sobre todo cuando presenta las acciones humanas como “inevitables” y termina naturalizando el status quo (“¿Y qué querés..? En ese barrio, ¿cómo iba salir ese chico”). Ambos posicionamientos ofrecen una visión parcial y nos alejan de respuestas que contemplen la complejidad del asunto.

Advertimos que hay relación entre pobreza y delito, pero los docentes no caemos en el engaño. Por eso elegimos preguntarnos:

  • ¿A qué se llama delito?: ¿a un acto violatorio de la ley? ¿o sólo al hecho que la justicia califica como tal? (Al respecto, reproduzco la frase que apareció en una pintada del barrio de Flores: “Macri es delito”... para pensar, no?). Por eso es que quizás resulte necesario reformular esa relación: la correspondencia no es tanto entre delito y pobreza sino más bien entre cárcel y pobreza.
  • Que la mayoría de los presos sean pobres ¿significa que la mayoría de los pobres son delincuentes? Como ya se expuso en el párrafo anterior, no es esa la línea de pensamiento que nos congrega. Más bien elegimos alejarnos de posturas reduccionistas y preguntarnos si acaso, en la vida de los excluidos, no serán la delincuencia y el castigo un número más en la interminable lista de derechos vulnerados.
  • Roba quien a punta de pistola se lleva una cartera, un auto o los cincuenta mil para una operación... ¿Por qué tener un empleado en negro no es visto como un robo? ¿Qué sustracción es más violenta, descarada, sistemática? Convengamos en que, según la ley, tanto uno como otro la transgreden, ¿pero van los dos a la cárcel? No, porque la adjudicación del castigo es parcial pero además la significación que socialmente se le da al delincuente configura un ideal, un modelo que incluye sin dudar al pibe chorro y deja afuera a quienes llevan a cabo, por ejemplo, delitos financieros o económicos.

Ver significa, en su primera acepción, percibir con los ojos aquello que tenemos enfrente. Visualicemos un aula cualquiera (la más tradicional o la más desestructurada): un docente, un grupo de alumnos, bancos, libros, pizarrón... ¿Imaginan un educador que no vea? Es que inevitablemente la realidad está frente a él, en los errores o en los aciertos de los alumnos, en las preguntas, en los silencios. Los docentes necesitamos ver lo que pasa a nuestro alrededor porque esa es la medida de la continuidad de la clase o la posibilidad de los reajustes (y, en último término, del éxito o el fracaso del oficio).

Por supuesto que hay formas y formas de ver... Un caso: como quien sentado cómodamente en el sillón, ve televisión (el control en la mano y la realidad mediatizada). Pero otro caso es el de quienes no estamos cómodos. Somos parte de esa clase de gente que no mira pasivamente lo que acontece a su alrededor, porque creemos que eso que vemos, nos pasa a todos. En las siguientes acepciones de la palabra, ver es considerar, comprender, intentar, reunirse, recibir. La educación no es para nosotros las cuarenta horas cátedra o los cinco días a la semana frente a alumnos; es algo más: un desafío que nos atraviesa, un compromiso que nos empuja a las preguntas y a la búsqueda de caminos nuevos. Porque la concepción de aprendizaje va de la mano de una visión de mundo (la que nos fundamenta).

Por eso es que los docentes, a partir de lo que vemos, entendemos: 
  • que sobre todo se castigan los delitos contra la propiedad privada; 
  • que históricamente más se encarcela a los autores directos (el que tenía el cuchillo, cocinó los brownies con faso o robó la billetera) y no a los que dibujan o sostienen impunemente las redes que permiten el delito; 
  • que los medios reproducen ese esquema y lo amplifican hasta el hartazgo;
  • que la sociedad se traga el embuste y lo repite acríticamente cuando reclama “tolerancia cero”, exige “más seguridad” y cuando inventa falacias del tipo “derechos humanos para el ciudadano común y no para el delincuente”.

Quizás resulte fundamental empezar a ver cada vez con mayor claridad algunas de estas cosas. Ver para creer: percibir al otro, interrogar al mundo que compartimos y nos colocó en lugares aparentemente tan distintos, cuestionar las creencias cristalizadas. Ver nuestro trabajo (pensarlo críticamente) para creer (para seguir creyendo) en lo que hacemos.


8 comentarios:

  1. Muy bueno, gaby. Aunque no lo creas estamos hablando sobre esto en las clases de portugués, acabo de mandarles el link.

    besos!

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  2. Espectacular el texto. Fácil de leer porque está muy bien escrito. Con planteos lúcidos y directos que ayudan a ver y prestan palabras para ideas que nos andan rondando.
    Muy interesante la aparente contradicción entre el título y la foto. Cuando se ve algo se cree más; pero si uno no cree y no quiere, no ve nada, por más que lo tenga delante de los ojos.
    Y muy bueno el análisis de clase (de clase social desde la clase didáctica), la distinción de la relación estadística y no causal entre pobreza y delito, y la cuestión de la propiedad privada, que merece paréntesis muy interesantes, pues no se castiga cualquier delito contra cualquier propiedad. Ejemplo: en la crisis de 2001 al mismo tiempo sucedían dos tipos de delito contra la propiedad: los saqueos y el corralito. Uno era castigado a balazos por demanda de la burguesía telúrica, el otro fue solicitado por el capital financiero y sostenido por el Estado. Y ni hablar de la cuestión de la tierra: si es una toma, es robo; pero a la vez no es vista como tal la apropiación originaria de la Conquista.
    Un saludo grande y muchas gracias, compa.

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  3. GRACIAS POR ESTAS COSAS, GABY. Me sentí muy identificada desde el primer párrafo, en relación con mi experiencia haciendo fotos en el Borda el año pasado (y espero que este año también): la misma curiosidad de los demás y el mismo problema con la definición de la locura que con la definición del delito. En muchos casos asociados.

    Me invitás a pensar (otra vez, gracias!) en hacer una reformulación de tu artículo a partir de mi experiencia.

    Un abrazo

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  4. Hola Gaby! Muy claro tu texto y sobre todo muy bien abordada la temática. Esta cuestión de ver opuesta a mirar a lo que está construido sin lugar a profundizar y hacer una mirada crítica está instalado y el desafío es ir contra la corriente. Lo que un docente, por ejemplo, debe hacer todos los dñias. Un beso, Luis.

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  5. Gaby, que suerte recibir tu correo para el dia del trabajador con esta reflexión. Te preguntás "quienes somos" los que trabajamos en estas escuelas de doble encierro,... y por suerte no lo respondes. Sos esa que "ve" esas cosas que contás, y reparte esa mirada mirada con palabras.
    Gracias!

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  6. Gracias por compartir esto, Gaby.
    Por pereza, cobardía, y cierta cuota de insensibilidad, grán parte de la gente (hablo por la clase media que tengo cerca, que conozco bien) pretende acercarse a la realidad por medios indirectos, mirar la vida cómoda y tibiamente por la ventana, que a su vez confunde con la tele. Su construcción de la realidad social, especialmente en lo que tiene que ver con el delito, es un copy-paste de lo que pueden extraer del noticiero y Policías en acción. Y como son cantidad el circuito se retroalimenta, la tele sabe lo que les gusta y les da de comer: realidad cruda, cocida, condimentada o edulcorada -para todos los gustos- pero siempre masticada, para ahorrar trabajo y evitarles la molestia de sentirse responsables. De ahí que estupideces (hijoputeces) como la mano dura, o la baja de la edad de imputabilidad tengan el eco que tienen.
    El problema, me parece, es que ver no es gratis. Si no veo, puedo creer lo que quiera, lo que me convenga, sin ningún tipo de culpa…. Pero ver obliga a creer -o mentir-, y a hacer preguntas, a tomar posición, asumir una responsabilidad. Debería ser para todos, pero para la docencia es condición, creo. En fin. Releo y noto que estoy repitiendo lo que ya dijiste mejor. Saludos.
    J.

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  7. Buenísimo el texto, Gabi. Una invitación a mirar nuevamente, desde otro lugar y a pensar distinto. Creo que no hay mejor ejercicio, aunque duela y cueste un poco a veces. Gracias!

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  8. Gabi!!! como siempre, tus palabras son reflexivas, comprometidas y llenas de emoción. Quisiera tener unos cuántos años menos para poder seguir compartiendo con vos este trabajo, como en otro tiempo... Yo no tuve la experiencia del trabajo con chicos, no en situación de encierro, pero sí con chicos del Barrio Mitre, que sufrían discriminaciones semejantes. Yo me hacía preguntas parecidas.Cuando uno conversaba con ellos o con algunos padres se daba cuenta de que la sociedad divide tajante y despiadadamente, equivocándose las más de las veces con un supuesto "ojo clínico" para las apariencias que engañan... Creo que lo que más valor tiene en este trabajo es la pregunta y re-pregunta, la mirada sin prejuicios, la tolerancia para ver claro quiénes son quiénes y no arriesgar, como bien vos comentaste, "estos chicos tienen más comodidades que en la escuela de mis hijos". Gracias, Gabi por tus comentarios , tu trabajo, tu garra y tus ganas de cambiar, aunque sea este rinconcito que alguna vez compartimos y que es, nada más y nada menos que la educación pública. Un beso enorme. emesam

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