palabras ciertas de unas clases de Lengua en un par de escuelas públicas de la ciudad de Buenos Aires
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lunes, 4 de marzo de 2013
domingo, 9 de septiembre de 2012
Discurso en el día del maestro
Hoy, que festejamos el día del maestro, les propongo a los grandes (familias y maestros) hacer el ejercicio de recordar qué aprendíamos nosotros, los adultos, cuando éramos chicos e íbamos a la escuela. Es decir, recordar a nuestros maestros... pero no a cualquiera de ellos, sino sobre todo a aquellos “maestros de la vida”, a los que nos formaron, a los que nos hicieron más humanos, a los que con sus palabras y actos nos enseñaron a (o intentaron, al menos) ser mejores personas.
Quizás los recuerdos que se nos vengan a la cabeza no tengan que ver con docentes “perfectos”, de esos que están siempre contentos y arman clases interesantes y divertidas. Algunos tuvimos la suerte de tener una o dos maestras de esas que no se olvidan; otros, en cambio, quizás tengan que hacer un esfuerzo mayor por recordar... Pero seguramente todos tenemos, en la niñez o en la adolescencia, fija en nuestra memoria, alguna anécdota que nos hizo mejores, o más alegres, o más felices. Y en esa anécdota, en ese recuerdo, el protagonista era un maestro, uno de estos “Maestros con mayúscula” de los que quiero hablar hoy. ¿Por qué recordamos esos momentos como memorables? Creo que por dos razones: porque aprendimos cosas importantes y porque nos enseñaron de una manera distinta.
Traigamos algunos de esos recuerdos: el reto de la maestra después de la pelea con un compañero, la charla de alivio ante una humillación, un chiste, una sonrisa, una pregunta, un pedido de disculpas... En la escuela, además de números y letras, aprendimos todas estas cosas, y hasta tuvimos la suerte de aprendarlas jugando o experimentando.
En esos momentos aprendimos cosas fundantes que hoy debemos seguir enseñando a nuestros hijos: que la violencia nunca sirve para resolver nada (porque crea más problemas), que es importante tomarse un tiempo para pensar, que está bien decir lo que sentimos y creemos, que todos somos distintos y eso es bueno, y que ningún ser humano es más importante que otro, que la solidaridad es imprescindible...
Hay un proverbio africano que dice: “Para educar a un niño hace falta todo un pueblo”. Por eso estas palabras están dirigidas a todos los adultos aquí presentes, seamos padres, madres o maestros: porque todos somos “maestros de la vida”. Todos somos responsables de la educación de los chicos y de la sociedad que estamos construyendo. Sigamos educando, juntos, a nuestros hijos. Juntos, cada uno desde su lugar, desde su espacio, padres y maestros. Ese es el desafío. No perdamos la oportunidad de enseñar con el ejemplo, de marcar los límites con claridad y con ternura, de decirles a los chicos qué está bien y qué está mal, de ser coherentes y sostener con los actos lo que pensamos y decimos; de luchar por lo que sabemos justo; de mostrarles que, aunque a veces parezca más difícil, siempre es mejor cuando los proyectos son colectivos.
Y, ahora sí, unas palabras especialmente dedicadas a ustedes, quienes eligieron trabajar en educación:
Gracias, maestros, por hacer de la escuela el lugar colectivo más confiable y el que brinda el amparo más profundo. Gracias por trabajar con orgullo en la educación pública. Gracias por creer que la escuela pública no es “la escuela de los pobres” sino, ante todo, aquella que garantiza la igualdad de oportunidades, el lugar donde se cumple el derecho que todos los niños tienen de aprender. Gracias por el compromiso, que hace de los alumnos sujetos responsables y críticos. Gracias por los números y las letras, que hacen que nuestros hijos se conviertan en seres sabios y libres, sin duda más bellos y más buenos que nosotros. Gracias por alimentar en nuestros hijos la alegría del compartir, la esperanza de un mañana mejor y la magia de hacer los sueños realidad.
Galerai, 2008, Esc. 16
* * *
lunes, 13 de agosto de 2012
Aprender de los niños
Fui a un recital de música infantil el 17 de julio en el Picadero. No la pasamos bien. A modo de compensación, los organizadores nos invitaron a un nuevo espectáculo. Transcribo la carta en la que cuento lo ocurrido:
Gracias, ante todo, por el ofrecimiento.
Tardé en responder por varias razones: en primer término, porque no estábamos (ni mis dos hijos ni yo) en Buenos Aires y, luego, el regreso de las vacaciones se nos hizo por razones diversas un tanto complicado.
Pero, por otra parte, lo que pasó durante la función de Pescetti (martes 17 de julio) fue para nosotros tema de conversación en más de una ocasión... y a veces es bueno tomarse un tiempo para reflexionar, para pensar antes de responder. Quizás para ustedes esto resulte irrelevante, y hasta lo entiendo, pero espero comprendan que para mí (que además de madre soy docente) todo acontecimiento en el que dos niños son protagonistas resulta, de una u otra forma, una oportunidad para aprender.
Resumo brevemente lo ocurrido:
Tenía 1ra fila, había sacado las entradas en efectivo, en la boletería del teatro, al poquísimo tiempo en que se pusieron a la venta. Ese mismo 17 dudé hasta último momento en ir porque el más chico había estado la noche anterior con fiebre. Salimos una hora y cuarto antes de Mataderos pero el tránsito ese día (cuándo no) era un trastorno. En el viaje jugamos a no ponernos nerviosos: practicamos canciones, contamos algunos chistes, los chicos repasaban los carteles mientras yo les contaba de Teatro Abierto y que ese lugar, el Picadero, había sido incendiado durante la dictadura ... Llegamos al teatro una vez iniciado el espectáculo. Se nos permitió el ingreso. La sala estaba llena. Las butacas correspondientes a las entradas que había pagado estaban ocupadas. Las acomodadoras o responsables de sala dijeron: "Está ocupado ahora" "No puede sentarse ahí" "Usted llegó tarde" "No vaya" "No se meta" "Tenemos otra ubicación acá cerquita". (A esa altura no me hubiera extrañado que además preguntaran: "¿Saca usted a su niño con fiebre?" "¿Pagó el monotributo?" "¿Trajo la fe de bautismo?"). Sospeché que no me iban a solucionar el problema. Entre un tema y otro me acerqué a las butacas, en las que estaban sentadas dos niñas y una señora. Me acerqué a la mujer pero no hablé con las niñas (no tenían la culpa de nada: ni del teatro ni de su madre ni de haber llegado tarde o temprano). Intenté hablar con la mujer, explicarle, pero dijo: "A mí no me importa. Con vos no hablo". Al parecer, sus asientos también estaban ocupados cuando llegó, entonces optó por lo que muchos: "Si a mí me cagan, yo cago a otros". Casi entiendo el razonamiento, aunque no lo comparto.
La gente de alrededor empezaba a impacientarse, miraban de reojo, chistaban. Mezquinamente entendible, ¿no?: chistaban quienes habían pagado sus entradas, estaban cómodamente sentados y no querían perderse ni una palabra del artista del momento; chistaban porque así hacían valer su derecho-a-no-ser-molestados.
¿Qué hacer?
Aunque quería, no insistí. Persistir en el reclamo iba a resultar un escándalo. Tenía razón, pero el costo de una exposición hubiera sido mayor que perder las butacas.
Entonces nos sentamos en la escalera: mis hijos, yo, los rulos de Simón, los carteles, las camperas, la mochila, la bufanda de Galileo, las figuritas, el libro, los guantes, todo junto y amontonado como si tuviéramos que darnos calor por tanto hielo.
Allí nos quedamos todo el rato. Sin duda, el fuego de la música funcionó. El arte siempre es salvador.
Hacia el final del show, alguna de las responsables del espectáculo se acercó, se disculpó, explicó, recalcó que no había habido ni mala intención ni sobreventa de entradas, y me ofreció entradas para otro show.
Ahora me entero que Pescetti vuelve a tocar, y ese es el show que -considero- correspondería compartir con mis hijos.
Yo no sé qué habrán aprendido los otros chicos que estaban ese día. Aunque suene raro, a mí me enorgullece que los míos hayan conocido el Picadero. Experimentaron (porque vivenciar es otra forma de aprendizaje) la vergüenza y la bronca, la aceptación y la alegría. Tal vez hayan aprendido que aun teniendo razones a veces es mejor el silencio. También supieron del ofrecimiento de ustedes, y aprendieron que siempre hay formas de reparar y vale la pena apostar a la confianza.
El domingo 26 de agosto volvimos al Picadero a ver a Pescetti. Gracias. Estuvo genial.
domingo, 8 de julio de 2012
Lamentablemente
1.
—...El año pasado asumí como rector y con los recursos hicimos lo que estábamos acostumbrados: clases de apoyo. Y la verdad es que era más de lo mismo: en las extraclases se repetía lo mismo que durante el turno, y a veces con la misma profesora y la similar metodología. Ahora, con más tiempo, se nos ocurrió este proyecto de talleres extraclase, con el objetivo de que los alumnos se sientan parte. Dicho en sencillo: si se enganchan con los talleres, quizás también se enganchen con la escuela. Es que esta institución educativa tiene un nombre, ¿sabés? No es igual a otras. Tiene una impronta. Y ellos (los alumnos) muchas veces no pueden soportar la exigencia, lamentablemente.
2.
No sé por qué en vez de hablar de los talleres, el docente empezó a hablar de lo que hacían en clase de Literatura. Lo cierto es que el rector, desde el otro lado de su escritorio, indicó:
—Decile lo que están leyendo.
El tono que utilizó fue casi el de un reproche, como si hubiera dicho: “Ahora vas a ver”, “con esto te callás”, “quién te creés que sos”.
Y entonces el profe comenzó con una enumeración de nombres, títulos, autores, géneros “esto para 4to... esto para 5to... además lo relacionamos con... porque ellos se quejan pero les gusta...” Algunos libros los había leído y otros -debo admitir- ni los conocía.
“¿Todo eso en el primer trimestre?”, recuerdo que me pregunté. Y no porque dudara de la veracidad del inventario dado, sino justamente por lo contrario: era cierto, ese profesor de Literatura había dado todos esos libros en menos de tres meses de clase. ¿Semejante cantidad de lecturas asegura qué? ¿Cuál es el objetivo de leer mucho? ¿Acaso leer mucho es leer mejor? ¿Catálogo de libros + acopio de contenidos = alumnos lectores o pretensión academicista del programa? ¿El encuentro entre lectores y libros ya fue garantizado en esta escuela?
3.
El docente aclara que, aunque da clases en los años superiores, “los que más me preocupan son los chicos”. Desde cierta vez que alguien me hizo notar cómo está formada la palabra (pre-ocuparse), no puedo dejarla pasar ante mis oídos sin advertirla. Cuando pregunté la razón de esa inquietud, mencionó que no sólo porque “el nivel de fracaso es mayor en los primeros años”, sino también porque “son los más frágiles... es lamentable lo poco que leen o que no escriben”. Además pertenecen a este grupo más vulnerable “los que entran nuevos” porque entre ellos hay algunos “que casi no hablan”. En este punto se habló de “revincular con la escuela”. Me pregunto si de verdad es así. No me quedó del todo claro si el espacio está pensado para estos alumnos que están un poco afuera, o más bien está dirigido a los alumnos a los que les gusta Literatura, y entonces la escuela les ofrece un espacio extra para seguir incentivándolos en la lectura y formándolos como eximios poetas.
4.
Cuando salí, encontré un grupo de adolescentes en la parada del colectivo. Hablaban de profesores, de materias, de tareas. Eran de secundaria, parecían chicos... ¿Primer año, tal vez? (¿Pertenecerían al grupo de los más vulnerados, esos mismos chicos que tanto les preocupan a los docentes de las escuelas de elit?) No podía quedarme con la duda, así que les pregunté si venían de esa escuela maravillosa.
—No, ¿por?
—Bueno, quería saber qué opinaban de ese colegio, cómo era, si estaban a gusto...
—Y... más o menos —dijo uno.
—¿En qué sentido? —pregunté.
—Dicen que cuando salen, están drogándose.
El comentario, dicho con ironía, hizo que nos riéramos todos. Había impuesto la voz, exagerando una preocupación fingida. Qué bueno: uno de mis interlocutores había resultado ingenioso y divertido. Con un tono más reflexivo, otro confesó:
—Yo quería ir ahí pero no quedé. El ingreso es por sorteo, y yo no salí...
Su compañero volvió a tomar la palabra y me dijo:
—Pero igual, si tenés un hijo, no lo mandes a esa escuela, eh... por las dudas.
—Creo que tenés razón. No lo voy a mandar ahí. Además, me queda un poco trasmano, lamentablemente.
jueves, 29 de marzo de 2012
Los salvajes
a los alumnos de 3º 2ª
Creen que son:
feroces como hienas
audaces como zorros en la noche
como lobos en la nieve
bellos como cisnes en lagos encantados de cuentos con hadas y príncipes azules
sensuales como pavos reales
furiosos de colores, andar incandescente
inmortales como héroes
como estatuas
como imágenes divinas.
Hay quienes los prefieren
bien quietitos como peces en sus jaulas
mariposas encerradas en un cuadro
o pingüino embalsamado y atrapado adentro de un museo.
Los he visto
aletear blancas las alas
colibríes
imaginar paraísos submarinos
como pez nacido en cautiverio
hacedores de un misterio coralino que se arrastra en lo profundo
abrazar alegrías como pulpos
y cazar cucarachas como gatos
ahuyentar lluvias / ratas como gritos /
despedidas /serpientes como miedos / la pobreza.
Vendrá un tiempo
en que la tierra será de ustedes, los salvajes,
y no habrá cauces en los ríos
manera ni cerrojo
que contenga la embestida.
con Mechi, pura compañía
martes, 20 de diciembre de 2011
Vocativos
En la cárcel, "rocho" no solamente explica la causa, también es vocativo que hasta connota afecto. Hay valentía, reconocimiento de una condición que enorgullece cuando se pronuncia. En este sentido, sinónimos de "rocho" son "rancho" y "ñeri".
"Hacer rancho" con alguien es compartir comida, tele, estadía en el penal. A veces es sinónimo de compañero: "te presento a Juan, es mi rancho". Y de ahí pasó a usarse como vocativo, casi como señal de afecto o reconocimiento: "¿Qué hacés, rancho? ¿Cómo te fue en el juicio?".
De todas, la que más me gusta es "ñeri". Intuyo que es un apócope del diminutivo de "compañero"... hay tanta ternura ahí.
"Hacer rancho" con alguien es compartir comida, tele, estadía en el penal. A veces es sinónimo de compañero: "te presento a Juan, es mi rancho". Y de ahí pasó a usarse como vocativo, casi como señal de afecto o reconocimiento: "¿Qué hacés, rancho? ¿Cómo te fue en el juicio?".
De todas, la que más me gusta es "ñeri". Intuyo que es un apócope del diminutivo de "compañero"... hay tanta ternura ahí.
sábado, 22 de octubre de 2011
89 %
La docente del curso (1er trimestre con 89% de desaprobados) es una chica jovencita. Y dice:
- De arriba siempre te piden que cambies la nota
- ¿Y ahora resulta que no puedo poner aplazos?
- Les doy tarea
- Explico en clase, y que estudien en su casa
- No somos los docentes los que debemos cuestionarnos
- No traen los materiales, no se esfuerzan, no hacen la tarea... Si ellos no estudian, yo no puedo hacer nada
- ¿Y ahora resulta que no puedo poner aplazos?
- Les doy tarea
- Explico en clase, y que estudien en su casa
- No somos los docentes los que debemos cuestionarnos
- No traen los materiales, no se esfuerzan, no hacen la tarea... Si ellos no estudian, yo no puedo hacer nada
La supervisora se exaspera cuando ve las notas. Y (como si hubiera escuchado los argumentos de la docente) dice:
- Con esas notas, los perdí de por vida... Yo hago un acuerdo: si le va un 2, le dejo un 4.
- Sabemos que, fuera de la escuela, no podemos contar con que lo hagan.
- Tenemos que reconocer que los tengo que poner a estudiar adentro del aula.
- Es un replanteo que varios docentes deben hacerse.
- Tenemos que trabajar hacia adentro de la institución. Dejemos de poner las tintas sobre los chicos que no estudian.
- Si faltar el respeto a tu trabajo, te pregunto: ¿Qué creés que es ser docente?
sábado, 8 de octubre de 2011
3. Indómitos
Educadores. Apuntes para pensar el oficio en contextos de encierro
indómito, ta (adj): 1.No domado / 2.Que no se puede o no se deja domar /
3. Difícil de dominar o someter. Aplícase al animal, al carácter, a la tierra.
Y por qué no, también, a algunos compañeros.
Después de publicar el libro El corral de la infancia, Graciela Montes escribió otro con un título mucho más esperanzador: La frontera indómita, en donde reflexiona acerca del arte y la creatividad como herramientas de cambio, de transformación. La "frontera" a la que hace referencia es el espacio de la ficción, del juego y de la creatividad, una zona con reglas propias (distintas a las de la realidad) que nos permite vivir por un rato en una existencia diferente y nos posibilita el retorno a la cotidianidad de una manera nueva. Algunos hechos culturales como ciertas prácticas educativas nos alejan de la domesticación, nos despabilan y nos conceden el ensanchamiento de esa frontera.
Siempre habla de la lectura, de la literatura, pero en verdad está hablando de una concepción determinada de la educación. Hay un artículo que publicó el Ministerio de Nación hace un par de años, "La gran ocasión", en donde explícitamente remarca la función que tiene la escuela en la promoción de la lectura y la imaginación. La escuela no puede ni debe desentenderse de la responsabilidad que tiene en la formación de lectores, es decir (siguiendo la línea de pensamiento que propone), en la formación de sujetos críticos, que cuestionen su historia. Los maestros no estamos para transmitir contenidos prefabricados ni para dejar todo como está. "Un maestro con un horizonte más amplio, con intereses y curiosidades más amplias, va a ser un mejor maestro y, además, va a encontrar su lugar, un lugar de importancia, en esta sociedad. Un maestro "automático", funcional, sin preguntas ni perplejidades, sin lecturas, no va a poder ocupa ese lugar. Su voz va a resultar chata, sin resonancias". Tenemos definitivamente que asumir que nuestro rol es el de acompañar a otros en la construcción de sus propios saberes, de su mirada de mundo, en la re-creación de la historia.
Siempre habla de la lectura, de la literatura, pero en verdad está hablando de una concepción determinada de la educación. Hay un artículo que publicó el Ministerio de Nación hace un par de años, "La gran ocasión", en donde explícitamente remarca la función que tiene la escuela en la promoción de la lectura y la imaginación. La escuela no puede ni debe desentenderse de la responsabilidad que tiene en la formación de lectores, es decir (siguiendo la línea de pensamiento que propone), en la formación de sujetos críticos, que cuestionen su historia. Los maestros no estamos para transmitir contenidos prefabricados ni para dejar todo como está. "Un maestro con un horizonte más amplio, con intereses y curiosidades más amplias, va a ser un mejor maestro y, además, va a encontrar su lugar, un lugar de importancia, en esta sociedad. Un maestro "automático", funcional, sin preguntas ni perplejidades, sin lecturas, no va a poder ocupa ese lugar. Su voz va a resultar chata, sin resonancias". Tenemos definitivamente que asumir que nuestro rol es el de acompañar a otros en la construcción de sus propios saberes, de su mirada de mundo, en la re-creación de la historia.
Nunca un lector (nunca un estudiante) es pasivo. Los docentes debemos dar la ocasión de que esta forma de aprender a aprender fluya en nuestras aulas; no es una propuesta que podemos o no tomar, no es una opción: es nuestra responsabilidad: "que la escuela se asuma como la gran ocasión para que todos los que vivimos en este país –cualquiera sea nuestra edad, nuestra condición, nuestra circunstancia…– lleguemos a ser lectores plenos, poderosos. La lectura no es algo de lo que la escuela pueda desentenderse". Si no la asumimos, lo único que hacemos es continuar poniendo ladrillos a una escuela (primaria o media, da igual) cada vez más alejada de los verdaderos protagonistas del hecho educativo. Hablar de inclusión no es "aprobar a todos" (como sostienen los retrógrados o pesimistas de siempre) sino garantizar un espacio de construcción colectiva y circulación democrática de la palabra, propiciar un clima de respeto y creatividad, de reflexión y debate. ¿Qué persona, alumno, profesor o estudiante puede resistirse a ello? Tal vez seamos pocos, pero tenemos miles de anécdotas que nos certifican.
Graciela Montes es una excelente escritora de literatura infantil puesta, en estos casos, a teorizar sobre el cruce entre literatura y escuela. Otros escritores, tan modernos ellos, suelen alejarse de la institución educativa, reniegan de ella, la critican (muchas veces con razón) esgrimiendo que censura la creatividad, reproduce discursos vacíos y ahuyenta a los alumnos. Graciela Montes, en cambio, sí critica la escuela, pero también elige apostar a ella, porque entiende que la escuela está viva. Y que no hay otra forma de enseñar que no sea construyendo aprendizajes significativos.
Tuve y tengo la suerte de compartir escuela con compañeros maravillosos, indóciles a la mediocridad, indoblegables frente a lo instituido y entrañablemente ingobernables. Docentes que no solamente aceptan el desafío de ampliar fronteras (propias, ajenas) sino que me demuestran, día a día, que la transformación es posible.
domingo, 14 de agosto de 2011
Sueño Nº 5
No manejamos nosotras sino que hay una fuerza que nos lleva. Es como en el tren fantasma: la expectación, la ansiedad, la sorpresa.
Pero voy en subte. En un estación nos avisan "no va más". Nos bajamos para hacer combinación, aunque ya es imposible continuar con el recorrido.
Dejo mis bolsos a un costado, sobre un mostrador. Esos objetos y yo pasamos por detectores de metales.
¿Dónde voy?
Busco en los bolsillos. No tengo ningún plano ni papel ni dirección que señale un lugar preciso.
Caigo en la cuenta de que no conocía el lugar de arribo. Tenía solamente un viaje y confiaba en que esa travesía me llevaría a destino.
Pero de golpe el viaje se corta.
Y ahora el desconcierto o el fastidio de no saber a dónde ir.
lunes, 20 de junio de 2011
Banderas
Quería contarles que hoy en el módulo 3 pasamos "Belgrano" y la experiencia estuvo muy buena.
Aunque fueron pocos alumnos (habría unos diez), el clima fue muy ameno desde un comienzo. La verdad es que ir con otros compañeros (que fueron a buscar piso por piso a los alumnos, presentaron la película y enmarcaron la actividad en el resto de lo que se hace en la escuela) resultó providencial.
Sin duda, ahora las profes de Historia van a tener más trabajo... porque cuando terminó la peli, los alumnos se quedaron un buen rato y hacían preguntas que seguramente podrán responder con más precisión que yo. (¿La batalla de San Lorenzo fue antes o después del cruce de los Andes? ¿De qué murió? ¿Hablaba a los indios para manipularlos? y otras un poco menos históricas y más de chusmerío: ¿Cómo se contagió la sífilis?)
martes, 24 de mayo de 2011
Liliputienses
Íbamos saliendo algunos profes cuando en mitad del pasillo los penitenciarios nos corrieron bruscamente a un costado porque venían 4 o 5 internos llevando dentro de una manta a un compañero.
-No se asusten -nos tranquilizaba un guardia-, no hay sangre, así que no se corta el tránsito.
La profe que estaba a mi lado y yo quedamos mudas; supongo que antes que decir cualquier boludez, mejor cerrar al boca. Pero igual todos nos preguntábamos qué tendría el que iba en la manta. Hacía un esfuerzo por pensar pero me costaba horrores: cuando algo rompe la rutina en ese lugar, casi nunca son buenas las noticias.
- Debe haber sufrido una lipotimia-, ensayó un compañero.
La palabra "lipotimia" me sonó a "liliputiense" y, pronunciada ahí adentro, parecía tan ajena como un insulto o un invento.
(¿Por una lipotimia dejan a los presos transitar pasillos a las corridas, cargando a un compañero,abiertas las rejas con premura?)
- Por ahí está golpeado-, corrigió otra compañera.
- Pero el celador dijo que no hay sangre, así que quizás...- y recordé que temprano un alumno me había hablado de sus espantosos ataques de asma.
(Si no hay sangre ¿es menos grave?)
- ¿Pudiste ver quién iba en la manta?-, preguntaron.
- No.
(Si no es alumno ¿duele menos?)
Lo cierto es que al otro día nos enteramos que sí era un alumno quien iba en la manta y eso porque había tenido la mala idea de sufrir un pre-infarto.
(¿Cuál es la sorpresa si una cárcel no hace más que alimentarse de pena y encierro?)
"Lipotimia" es, dentro de la cárcel, una palabra foránea, extravagante, y no sólo por su sonoridad: nadie en ese lugar puede darse el lujo de perder momentáneamente el sentido, porque el lapso de tiempo que dure el desvarío puede decidir la suerte o la muerte.
¿En qué otros casos la lengua es la de un extraño? Se me ocurren dos ejemplos:
¿En qué otros casos la lengua es la de un extraño? Se me ocurren dos ejemplos:
- ajeno es el lenguaje escolar en la jerga de la penitenciaría (¿llamar "alumno" a un reo? ¿"calificación" que no implique premio o castigo? ¿y qué es eso del lenguaje no verbal que apuesta a la confianza o la sonrisa?)
- intruso es el lenguaje de los adolescente en las aulas de las escuelas de afuera ("hablan como si fueran una cloaca", "tienen un vocabulario muy básico")
(¿En qué idioma hablamos los docentes?: ¿Qué decimos o callamos con las palabras que elegimos?)
domingo, 22 de mayo de 2011
Sueño Nº 2
En la sala de profesores (que es larguísima, espaciosa y blanca) reina un ambiente de tensión, algo incomoda. Somos varios profes (entre los que hay rostros de personas ajenas a ese ámbito, como Mariana, una ex compañera de la secundaria) pero la coordinadora no está.
Discutimos con frases cortas y sin poder llegar a ninguna conclusión porque no hay comunicación posible. Los demás hablan hasta que en un momento propongo una reunión: tenemos que hablar con la jefa, perdirle una reunión en la que esas diferencias de criterios o miradas se expongan claramente.
Y entonces, la más rubia de las personas de voz perversamente afilada, dice:
- Yo no creo que eso sea conveniente. Solamente va a traer más problemas. La discusión, la violencia nunca llevan a buen puerto.
No se devuelve con un golpe semejante estocada, así que no hablo sobre las distintas clases de violencia ni digo que es una mala persona. ¿Mejor me quedo en silencio?: es que está al lado mío... no puedo no contestar.
- Pero no es así...
- ¿Qué buscás? ¿Querés que escuchemos lo que cada uno piensa del otro?
- ¿Y por qué no? Yo creo que sí sirve. Saber qué piensan otros de mí sí me sirve, incluso si es algo que no gusta. No sé si para cambiarlo pero sí al menos para intentar callarlo o mediatizarlo delante de las personas a quienes fastidia.
Mi compañera de secundaria, sentada frente a mí, asiente. Ese leve movimiento de cabeza es un posicionamiento (algo extraño en ella) pero no me sorprende: aunque ingenua y superficial como siempre, me conoció hace 20 años, y elige de esa manera aprobar no tanto mis palabras sino la certeza de que soy la misma, reconocerme en la insistencia. Eso me alegra. Y me reconforta saber que finalmente en el trabajo habíamos tomado una decisión.
Al rato la incomodidad vuelve: ¿quién le avisa a la coordinadora que otros decidimos una reunión? Parece que las de Lengua somos las candidatas: la Checa, Brisa, yo... De pie, el Loco merodea con una media sonrisa que va de la perturbación a la duda, y ensaya casi sin mirarme:
- Quizás fue un poco apresurado...
Siento que empiezo a arrepentirme. Casi acostada en una silla, lo miro al Negro, que está serio, y quiero adivinar lo que piensa: del trabajo, de cada uno, de cómo seguir. Me mira y quiero intuir que estamos de acuerdo, pero no dice nada.
Me despierto, tal vez a la espera de palabras que me cubran o fortalezcan.
Me despierto, tal vez a la espera de palabras que me cubran o fortalezcan.
miércoles, 27 de abril de 2011
1. Ver para creer
Educadores. Apuntes para pensar el oficio en contextos de encierro
Más de una vez quienes trabajamos como educadores en contextos de encierro nos hemos encontrado con personas que se llenan de curiosidad en cuanto se enteran de qué va nuestra tarea. Prende el interés, surgen preguntas y hasta es fácil que rápidamente se encienda el debate. ¿Qué los conmueve? Quizás corroborar aquello que han escuchado (las mil y una historias que circulan sobre la cárcel) o tal vez conocer aunque sea de oídas algo relacionado con el mundo del delito (las causas, el lenguaje, las penas) o el simple gusto por acercarse a aquello que no se ve (¿qué pasa ahí adentro? ¿qué cosas castiga la sociedad con el encierro?), porque la cárcel es percibida como un lugar de reclusión pero también de ocultamiento. Por eso preguntan, porque quieren saber. Y cuando hablamos de nuestra tarea, las reacciones que se suscitan son bien distintas: desde los que ven en la educación un beneficio (“tus alumnitos están mejor que en la escuela de mis hijos”) hasta los que ingenuamente creen que es un espacio ideal (“¡Qué lindo trabajar ahí! Es mi sueño”).
¿Y nosotros, los docentes, qué pensamos de nuestra tarea?
Nuestro trabajo nos enfrenta a una de las mayores injusticias de la justicia: que no todos somos iguales ante la ley. No significa esto que quienes no trabajen en una cárcel no lo sepan (incluso muchos quizás ya hayamos reflexionado sobre estas cosas antes de comenzar nuestra labor aquí). Pero lo cierto es que el contexto (el encierro) de algún modo nos obliga a los educadores a ver porque todos los días la realidad se instala innegable ante nuestros ojos, y lo hace con tanta contundencia que nuevos interrogantes interpelan nuestro hacer. Vemos la realidad, la analizamos, establecemos relaciones, trazamos correspondencias, cuestionamos a otros y nos cuestionamos, desconfiamos de recetas fáciles y explicaciones parciales, nos preguntamos cómo y aceptamos el desafío porque de eso se trata este oficio: una apuesta a la transformación.
- que nuestros alumnos atravesaron otros fracasos, además del educativo;
- que casi todos son pobres o vienen de familias económicamente inestables;
- que hay una relación obvia entre pobreza y marginalidad, y una relación estrecha entre pobreza y delito.
Repasemos esta última proposición: la relación entre pobreza y delito ¿significa que una implica necesariamente al otro, de modo que pobreza y delito son iguales? No. Rechazamos la frase “la peligrosidad de los pobres” (y su variante formulada en carácter de probabilidad: “los pobres son potencialmente peligrosos”) por ser científicamente errónea y moralmente aberrante. La “mirada genética” que hurga en el mapa de ADN para dar con el fragmento cromosómico que lleve el cartelito de “delincuencia” es determinista. La “mirada social” que explica conductas individuales como reflejo directo de lo económico o lo social también es determinista, sobre todo cuando presenta las acciones humanas como “inevitables” y termina naturalizando el status quo (“¿Y qué querés..? En ese barrio, ¿cómo iba salir ese chico”). Ambos posicionamientos ofrecen una visión parcial y nos alejan de respuestas que contemplen la complejidad del asunto.
Advertimos que hay relación entre pobreza y delito, pero los docentes no caemos en el engaño. Por eso elegimos preguntarnos:
- ¿A qué se llama delito?: ¿a un acto violatorio de la ley? ¿o sólo al hecho que la justicia califica como tal? (Al respecto, reproduzco la frase que apareció en una pintada del barrio de Flores: “Macri es delito”... para pensar, no?). Por eso es que quizás resulte necesario reformular esa relación: la correspondencia no es tanto entre delito y pobreza sino más bien entre cárcel y pobreza.
- Que la mayoría de los presos sean pobres ¿significa que la mayoría de los pobres son delincuentes? Como ya se expuso en el párrafo anterior, no es esa la línea de pensamiento que nos congrega. Más bien elegimos alejarnos de posturas reduccionistas y preguntarnos si acaso, en la vida de los excluidos, no serán la delincuencia y el castigo un número más en la interminable lista de derechos vulnerados.
- Roba quien a punta de pistola se lleva una cartera, un auto o los cincuenta mil para una operación... ¿Por qué tener un empleado en negro no es visto como un robo? ¿Qué sustracción es más violenta, descarada, sistemática? Convengamos en que, según la ley, tanto uno como otro la transgreden, ¿pero van los dos a la cárcel? No, porque la adjudicación del castigo es parcial pero además la significación que socialmente se le da al delincuente configura un ideal, un modelo que incluye sin dudar al pibe chorro y deja afuera a quienes llevan a cabo, por ejemplo, delitos financieros o económicos.
Ver significa, en su primera acepción, percibir con los ojos aquello que tenemos enfrente. Visualicemos un aula cualquiera (la más tradicional o la más desestructurada): un docente, un grupo de alumnos, bancos, libros, pizarrón... ¿Imaginan un educador que no vea? Es que inevitablemente la realidad está frente a él, en los errores o en los aciertos de los alumnos, en las preguntas, en los silencios. Los docentes necesitamos ver lo que pasa a nuestro alrededor porque esa es la medida de la continuidad de la clase o la posibilidad de los reajustes (y, en último término, del éxito o el fracaso del oficio).
Por supuesto que hay formas y formas de ver... Un caso: como quien sentado cómodamente en el sillón, ve televisión (el control en la mano y la realidad mediatizada). Pero otro caso es el de quienes no estamos cómodos. Somos parte de esa clase de gente que no mira pasivamente lo que acontece a su alrededor, porque creemos que eso que vemos, nos pasa a todos. En las siguientes acepciones de la palabra, ver es considerar, comprender, intentar, reunirse, recibir. La educación no es para nosotros las cuarenta horas cátedra o los cinco días a la semana frente a alumnos; es algo más: un desafío que nos atraviesa, un compromiso que nos empuja a las preguntas y a la búsqueda de caminos nuevos. Porque la concepción de aprendizaje va de la mano de una visión de mundo (la que nos fundamenta).
Por eso es que los docentes, a partir de lo que vemos, entendemos:
- que sobre todo se castigan los delitos contra la propiedad privada;
- que históricamente más se encarcela a los autores directos (el que tenía el cuchillo, cocinó los brownies con faso o robó la billetera) y no a los que dibujan o sostienen impunemente las redes que permiten el delito;
- que los medios reproducen ese esquema y lo amplifican hasta el hartazgo;
- que la sociedad se traga el embuste y lo repite acríticamente cuando reclama “tolerancia cero”, exige “más seguridad” y cuando inventa falacias del tipo “derechos humanos para el ciudadano común y no para el delincuente”.
Quizás resulte fundamental empezar a ver cada vez con mayor claridad algunas de estas cosas. Ver para creer: percibir al otro, interrogar al mundo que compartimos y nos colocó en lugares aparentemente tan distintos, cuestionar las creencias cristalizadas. Ver nuestro trabajo (pensarlo críticamente) para creer (para seguir creyendo) en lo que hacemos.
jueves, 7 de abril de 2011
El que todo lo sabe
- panóptico. Etimología: del griego πἄν, que deriva en el vocablo castellano todo y ὀπτικός, también del griego, que deriva en óptico (Corominas y Pascual, 1980). Significado: una óptica toda, un lugar desde donde todo se ve.
Este año hago de todo: estudio, trabajo... Porque yo no tengo conducta ni concepto, y sin eso uno acá no es nada y nada puede pedir.
Así que ahora estoy haciendo lo que 'la casa del Gran Hermano' quiere. Es que necesito esas calificaciones, porque de ellas voy a obtener beneficios... Después voy a tener que empezar a remarla con los puntos, y esa es la única forma de ser alguien en esta 'casa', vio.
- conducta: tendrá valor y efectos para determinar la frecuencia de las visitas, la participación en actividades recreativas y otras que los reglamentos establezcan (art. 103).
- concepto: servirá de base para la aplicación de la progresividad del régimen, el otorgamiento de salidas transitorias, semilibertad, libertad condicional, libertad asistida, conmutación de pena, e indulto (art. 104).
Tal como funciona el sistema de calificación dentro de una cárcel, el único criterio utilizado para poner notas de conducta y concepto es netamente subjetivo y depende exclusivamente del análisis que haga un miembro del Servicio Penitenciario Federal, basándose en un sistema de premios y castigos que no es controlado judicialmente.
- distopía. Utopía perversa donde la realidad transcurre en términos opuestos a los de una sociedad ideal. Se usa principalmente para hacer referencia a una sociedad donde las consecuencias de la manipulación y el adoctrinamiento masivo llevan al control absoluto, condicionamiento o exterminio de sus miembros bajo una fachada de benevolencia. Antiutopía.
Loquiyo no leyó a Foucault, ni a Orwell y en 1984 no tendría más de 10 años, pero sabe que la visión panóptica infiere en las acciones y en los cuerpos.
Sabe que el control llega a todos lados y en la cárcel se propaga como el olor y la miseria.
Sabe que las reglas las ponen otros, desde una torre, un juzgado o una pantalla de TV.
Sabe estas cosas porque las ve: todo el tiempo.
Sabe, además, que lo más parecido a la felicidad es lo contrario al presente.
jueves, 10 de marzo de 2011
regreso
apenas habíamos atravesado tres rejas cuando nos desviamos de la ruta prefijada: 4 penitenciarios sacaban en camilla a un interno envuelto en frazadas.
"¿Ya empezamos?", dijo alguien.
Qué horror, pensé.
Pensé: Qué recibimiento.
¿Qué esperaba encontrar?, me pregunto ahora.
"¿Ya empezamos?", dijo alguien.
Qué horror, pensé.
Pensé: Qué recibimiento.
¿Qué esperaba encontrar?, me pregunto ahora.
miércoles, 2 de marzo de 2011
o el fin de la inocencia
Perdí algo que me era esencial, y que ya no lo es más. No me es necesario, como si hubiese perdido una tercera pierna que hasta entonces me imposibilitaba caminar pero que hacía de mí un trípode estable (...) Sé que es sólo con dos piernas que puedo caminar. Pero la ausencia inútil de la tercera me hace falta y me asusta, era ella la que hacía de mí algo encontrable por mí misma, y sin ni siquiera tener que buscarme/C.L.
domingo, 31 de octubre de 2010
Infierno grande o un elogio de la polémica
¿Por qué trabajar el 24 de marzo en la escuela? ¿Qué particularidades se presentan si la institución educativa funciona en una cárcel? ¿Qué implicancias tiene para alumnos y docentes abordar la dictadura? ¿Cuánto del pasado y cuánto del presente está puesto en juego en estos aprendizajes y en estos contextos?
jueves, 7 de octubre de 2010
Sorpresas
La noticia de la requisa en la escuela me dejó -debo admitirlo- por un momento turulata... me da vueltas en la cabeza y todavía no sé muy bien cómo interpretar ese hecho... ¿por qué en la escuela?
Pero la realidad de nuestro trabajo siempre trae, escondida, otra clase de sorpresas... por suerte.
Castelli, un alumno nuevo que ayer no vino a la escuela porque había ido a Tribunales contó que, estando en la leonera, se encontró con Goliat (el pibe que había sido trasladado a fines del año pasado o principios de este)...
¿Y de qué hablaron en ese lugar de espera interminable?: de la escuela... el gigante le preguntaba de los profes y Castelli le contaba del festejo del día del estudiante... uno y otro decían de las fotos, de la compu, del profe de Matemática, de la de Lengua, que estaba bueno ir a la escuela, que era divertido... El gigante dijo y repitió que nos mandara saludos...
¿Qué me contursi?
Pero la realidad de nuestro trabajo siempre trae, escondida, otra clase de sorpresas... por suerte.
Castelli, un alumno nuevo que ayer no vino a la escuela porque había ido a Tribunales contó que, estando en la leonera, se encontró con Goliat (el pibe que había sido trasladado a fines del año pasado o principios de este)...
¿Y de qué hablaron en ese lugar de espera interminable?: de la escuela... el gigante le preguntaba de los profes y Castelli le contaba del festejo del día del estudiante... uno y otro decían de las fotos, de la compu, del profe de Matemática, de la de Lengua, que estaba bueno ir a la escuela, que era divertido... El gigante dijo y repitió que nos mandara saludos...
¿Qué me contursi?
viernes, 24 de septiembre de 2010
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