1.
—...El año pasado asumí como rector y con los recursos hicimos lo que estábamos acostumbrados: clases de apoyo. Y la verdad es que era más de lo mismo: en las extraclases se repetía lo mismo que durante el turno, y a veces con la misma profesora y la similar metodología. Ahora, con más tiempo, se nos ocurrió este proyecto de talleres extraclase, con el objetivo de que los alumnos se sientan parte. Dicho en sencillo: si se enganchan con los talleres, quizás también se enganchen con la escuela. Es que esta institución educativa tiene un nombre, ¿sabés? No es igual a otras. Tiene una impronta. Y ellos (los alumnos) muchas veces no pueden soportar la exigencia, lamentablemente.
2.
No sé por qué en vez de hablar de los talleres, el docente empezó a hablar de lo que hacían en clase de Literatura. Lo cierto es que el rector, desde el otro lado de su escritorio, indicó:
—Decile lo que están leyendo.
El tono que utilizó fue casi el de un reproche, como si hubiera dicho: “Ahora vas a ver”, “con esto te callás”, “quién te creés que sos”.
Y entonces el profe comenzó con una enumeración de nombres, títulos, autores, géneros “esto para 4to... esto para 5to... además lo relacionamos con... porque ellos se quejan pero les gusta...” Algunos libros los había leído y otros -debo admitir- ni los conocía.
“¿Todo eso en el primer trimestre?”, recuerdo que me pregunté. Y no porque dudara de la veracidad del inventario dado, sino justamente por lo contrario: era cierto, ese profesor de Literatura había dado todos esos libros en menos de tres meses de clase. ¿Semejante cantidad de lecturas asegura qué? ¿Cuál es el objetivo de leer mucho? ¿Acaso leer mucho es leer mejor? ¿Catálogo de libros + acopio de contenidos = alumnos lectores o pretensión academicista del programa? ¿El encuentro entre lectores y libros ya fue garantizado en esta escuela?
3.
El docente aclara que, aunque da clases en los años superiores, “los que más me preocupan son los chicos”. Desde cierta vez que alguien me hizo notar cómo está formada la palabra (pre-ocuparse), no puedo dejarla pasar ante mis oídos sin advertirla. Cuando pregunté la razón de esa inquietud, mencionó que no sólo porque “el nivel de fracaso es mayor en los primeros años”, sino también porque “son los más frágiles... es lamentable lo poco que leen o que no escriben”. Además pertenecen a este grupo más vulnerable “los que entran nuevos” porque entre ellos hay algunos “que casi no hablan”. En este punto se habló de “revincular con la escuela”. Me pregunto si de verdad es así. No me quedó del todo claro si el espacio está pensado para estos alumnos que están un poco afuera, o más bien está dirigido a los alumnos a los que les gusta Literatura, y entonces la escuela les ofrece un espacio extra para seguir incentivándolos en la lectura y formándolos como eximios poetas.
4.
Cuando salí, encontré un grupo de adolescentes en la parada del colectivo. Hablaban de profesores, de materias, de tareas. Eran de secundaria, parecían chicos... ¿Primer año, tal vez? (¿Pertenecerían al grupo de los más vulnerados, esos mismos chicos que tanto les preocupan a los docentes de las escuelas de elit?) No podía quedarme con la duda, así que les pregunté si venían de esa escuela maravillosa.
—No, ¿por?
—Bueno, quería saber qué opinaban de ese colegio, cómo era, si estaban a gusto...
—Y... más o menos —dijo uno.
—¿En qué sentido? —pregunté.
—Dicen que cuando salen, están drogándose.
El comentario, dicho con ironía, hizo que nos riéramos todos. Había impuesto la voz, exagerando una preocupación fingida. Qué bueno: uno de mis interlocutores había resultado ingenioso y divertido. Con un tono más reflexivo, otro confesó:
—Yo quería ir ahí pero no quedé. El ingreso es por sorteo, y yo no salí...
Su compañero volvió a tomar la palabra y me dijo:
—Pero igual, si tenés un hijo, no lo mandes a esa escuela, eh... por las dudas.
—Creo que tenés razón. No lo voy a mandar ahí. Además, me queda un poco trasmano, lamentablemente.