jueves, 29 de diciembre de 2011

puf


Lo esencial es invisible a la gente lameculos, porque ni siquiera es capaz de olfatear la deshonestidad que exhala.



endurecerse se parece a veces a decepcionarse, a no esperar, a dejar de confiar (a no confiar tanto, para que la desilusión duela menos). Y si el objetivo es desafectarse, seguramente en esos casos perdamos sentires (deseo, ganas y hasta ternura).
No sé cuál es la medida para medir los lazos que establecemos con otros, pero sin duda el objetivo es construir relaciones más sinceras.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Amor técnico (poema esdrújulo)

Descubrí que yo en el amor
no soy matemático no tengo brújula. 

Desde que te conocí
ya no soy cómico
no soy estratégico
tampoco héroe.

Tu fiel sentimiento
a resistirte es táctico,
fantástico y pacífico.

Pero esto es símbolo
de levantarme
todos los días
en conquistarte.

Es la rutina
de la no rutina
lo que hace hermoso eso
y sobre todo
las noches
que te conquisto.

                         Transimaco

martes, 20 de diciembre de 2011

Vocativos

En la cárcel, "rocho" no solamente explica la causa, también es vocativo que hasta connota afecto. Hay valentía, reconocimiento de una condición que enorgullece cuando se pronuncia. En este sentido, sinónimos de "rocho" son "rancho" y "ñeri". 

"Hacer rancho" con alguien es compartir comida, tele, estadía en el penal. A veces es sinónimo de compañero: "te presento a Juan, es mi rancho". Y de ahí pasó a usarse como vocativo, casi como señal de afecto o reconocimiento: "¿Qué hacés, rancho? ¿Cómo te fue en el juicio?". 


De todas, la que más me gusta es "ñeri". Intuyo que es un apócope del diminutivo de "compañero"... hay tanta ternura ahí.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Minúscula certeza


"porque estamos de paso en esto nuestro"
 
Al fin y al cabo y después de todo, 
a pesar de todo y antes que nada, 
a lo mejor, tal vez, quizás, probablemente

acaso 

de no ser por vos, 
yo me muriese inadvertido.

Horus

 

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Correspondencias

¿Vio la adrenalina que usted siente cuando da clases?
¿Vio su felicidad, sus ganas?
No me diga que no, porque se le nota.
Bueno, esa misma adrenalina es la que yo siento cuando voy de caño.

Esa pasión uno la lleva en la cabeza, pero después la siente en la sangre. ¿O acaso a usted no le pasa lo mismo?
(el oriental)


sangre
poca
pobre
tonta
sangre
cara
sucia
tonta
sangre
lenta
fácil
tonta
sangre
quieta
dura
tonta
sangre
sangre
sangre va
lamiendo va la sangre
para el viento
y va la sangre
para suavemente al tiempo
y va sintiendo
el pensamiento
chupa sangre
toma sangre
ama sangre
buena sangre
sin pecado
sangre
sin aliado
sangre
robótica sangre
musical sangre
matemática sangre 
Los Visitantes 

sábado, 12 de noviembre de 2011

Reglas

Guayasamín
(poema de un alumno)

Veo que no estás:
no en los sueños
ni en mis labios
ni tu aroma en mi cuerpo. 

Toso y es invierno.

Un olor imperceptible
me detiene
como el eucalipto
en mi infancia.

Las flores venenosas
como vos
envenenan cada vez
más, que les hacen
el amor.

Yo sigo fiel
a mis 2 reglas:

“Los primeros contratos
se firman en la cama”
y “a las mujeres
hay que buscarlas
por el arte
no por el orto”.

Por ello
te elegí:
por mi sabor
dulce
clamando por vos
aún en invierno.

Transimaco

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Manifiesto


Nosotros
los marihuaneros de toda la República Argentina, les declaramos la guerra a todas las otras drogas no permitidas, que son las que crean adicciones. 


Porque
ellas destruyen nuestra salud,
flaquean nuestras mentes, 
destruyen sueños 
y, lo más importante, 
nos matan de la peor manera: 
la sobredosis. 


Nosotros estamos hoy reunidos
no para hacer una apología del delito sino 
para 
fumarnos un par de fasos, reírnos, conversar y bajonearnos algo rico


A.M.A. 
(Asociación Marihuaneros Argentinos)

PD: Si es dulce, mejor. 

Algunos de los textos trabajados en clase durante el 2011: 
y Manifiesto, un género entre la política y el arte, de Mangone y Warley

martes, 8 de noviembre de 2011

Manifiesto a favor de la Comunicación Libre


¿Quién dice que no podemos usar celular en lugares de encierro? ¿Quién dice que tienen derecho a cercenar la comunicación con nuestros seres queridos? ¿Por qué ellos no pueden comunicarse con nosotros en el momento que deseen y a la hora que lo deseen? ¿Por qué no podemos tener un celular registrado a nuestro nombre y, de esa manera, hacernos responsables de las comunicaciones que establecemos?

a la comunicación libre y a tener un celular MOVISTAR para cada interno. 
Con MOVISTAR es más económico estar cerca de nuestros seres queridos. 
Así serán más llevaderos nuestros días de encierro. 


¡Unámonos y exijamos ese beneficio!


MOVISTAR
(Movimiento Organizados de Vínculos de Internos Sindicalizados para Telecomunicaciones Argentinas de Reos)

(2011 - voz que escribe: Santiago Querido)

martes, 1 de noviembre de 2011

Palabras Maestras

López Torres. Retrato, 1934
A mi viejo, en primero inferior, por cabecita negra recién llegado del campo, la maestra se empecinaba en maltratarlo.
- ¿Quién es el más burro de la clase?-, así daba los buenos días.
- Herreeeeera-, contestaban los pobres alumnos, temerosos bufones, lisonjeros, papas fritas.... 

Pero increíblemente un día mi viejo se animó a contarle a su madre, que era extranjera pero no boluda, desprovista de plata pero no de sabia ternura, y se fue hasta el mismísimo Consejo de Educación (o lo que fuera en ese momento el ministerio) y logró (reto mediante) que la maestra dejara de joderle la vida a su hijo.
 

En verdad la anécdota no es mía, y no recuerdo haberla escuchado de pequeña, pero de grande descubrí que me atraviesa: heredé de ella (de la anécdota, pero también de esa mujer-madre a quien no-conocí-abuela) esa costumbre de no poder quedarme callada, de no naturalizar la injusticia, porfiada en que debe haber otra manera de hacer las cosas.

Autobiografía lingüística

  • Antes, una pregunta: ¿cómo se hace para hablar de la relación que se ha venido manteniendo con la lengua (algo así como una historia propia del uso de las palabras) sin hablar de una? ¿cómo decir aquello que me nombra, me identifica, me niega o da vida sin que aparezca un sujeto? ¿cómo hablar de lo que tanto otros como yo elegimos en cada acto para mostrar qué somos? Entonces: imposible no hablar de mí en esta autobiografía lingüística. Sepan perdonar psicologismos aventurados. Hecha la aclaración, hecha la lengua.
  • Mis primeras relaciones con la lengua fueron de la mano de mis primeras relaciones con el mundo. Y el mundo, hasta mis cinco años, era una familia numerosa y bastante tradicional, en la que a las mujeres se les tenía permitido verborragiar sus cuitas y a los hombres no solo se les negaba llorar sino también expresarse a través del don de la palabra.
  • En un mundo tan poblado de adultos (padres, hermanos, tíos, abuelos), o enmudecía enterrada por palabras ajenas, o me abría paso a grito pelado. La lengua fue para mí una herramienta en el combate de la comunicación cotidiana. Por eso creo que fui tan locuaz de pequeña (y quizás sea esta la causa de que haya aprendido a leer y a escribir tan rápido): porque tenía que dar todo el tiempo explicaciones, defenderme, acusar, pedir ayuda, hacer mandados, atender el teléfono, contestar preguntas... trabajo por demás agotador (lingüísticamente hablando), si se tiene en cuenta que, por ser la más chica, además debía verbalizar dos o tres caprichos por día y recitar de memoria algunas coplas que me aseguraran seguir siendo la más mimada.
  • Las palabras eran, ante todo, de mujeres, en mi casa o en la escuela. Eso no quiere decir, claro, que fueran palabras ciertas, o creíbles, o sensatas. No. Porque las mujeres usábamos la lengua con tanta facilidad que siempre latía la sospecha de la mentira, o de la exageración, o de la locura.
  • Bueno, soy franca: en mi caso, latían puras certezas de imprudencia en las palabras que pronunciaba. Lo testimonia la anécdota que sigue: a mis siete años, durante una tórrida noche veraniega, en la heladería barrial le pregunté casi a gritos a mis hermanos mayores qué quería decir "telo", esa palabra que ellos habían nombrado, una y otra vez, en una conversación de la tarde. Hago la cuenta: más de tres o cuatro horas estuve masticando significados posibles, y la pregunta (imprudente) me valió un cachetazo. Ahí aprendí que hay cosas que no se dicen, o no deben decirse. Pero sobre todo aprendí que las palabras tenían un plus, podían ofender o sorprender o incomodar, mi palabra podía doler tanto o más que un cachetazo.
  • (¿Qué hice con eso, con ese demonio, con ese poder?, podría preguntarme). 
     
     
  • En la escuela nunca me enseñaron a reflexionar sobre el lenguaje. O nunca me lo aprendí. Lengua era una parte del conocimiento parecida (en el mejor de los casos) a la lógica. Filas, columnas, tablas, cajones y listas de vocabularios interminables, clasificaciones de lo más diversas, análisis de todo tipo y factor...
  • Sin embargo, el lenguaje estaba ahí, vivo, en la escuela, todo el tiempo... hablando, y si en algún momento reflexionábamos acerca de él, era porque se imponía en el análisis de un cuento, o en una frase hiriente de un compañero, o en un comentario irónico de un docente. Nunca fue tema del día "El doble sentido, la ironía y otros juegos del lenguaje". Sí jugué esos juegos en la escuela (y en la vida), fui carne y asador de opiniones sarcásticas, de piropos bien o mal intencionados, de cursilerías reproducidas año tras año en los cuadernos, de frases explosivamente graciosas, de voces o puteadas de moda que se quedaban pegadas como babosas al término de cada oración... Sí usé y escuché usar la lengua para esto, pero en Lengua no se hablaba de estas cosas; a lo sumo, algún sermón en contra de las malas palabras.
  • Ahora (para las que me conocen) una obviedad: tampoco aprendí el silencio. O lo que es lo mismo: cómo decir sin decir. O qué no dicen las palabras (no porque no quieran, si no porque no saben). O qué digo si callo. O qué callar para no equivocarme... Algo que tal vez desande la verborragia infantil: el silencio como defensa, como escudo, como otra forma de explicar.
  • "Sujeto" es una palabra cuyo significado construí plenamente cuando ya había terminado la secundaria. No quisiera ponerme dogmática, pero se me ocurre que eso, para un docente, debe ser imperdonable.
  • O tal vez no. Tal vez tenga que ver con la materialidad de nuestro objeto de estudio (hecha la lengua, hecha la trampa), siempre cambiante, yendo y viniendo de boca en boca, de cuerpo a oído, de acto a palabra. A veces es tal el palabrerío, que la comunicación con otro ser humano es en sí misma una alegría. 

sábado, 22 de octubre de 2011

89 %


La docente del curso (1er trimestre con 89% de desaprobados) es una chica jovencita. Y dice:

- De arriba siempre te piden que cambies la nota
- ¿Y ahora resulta que no puedo poner aplazos?
- Les doy tarea
- Explico en clase, y que estudien en su casa
- No somos los docentes los que debemos cuestionarnos
- No traen los materiales, no se esfuerzan, no hacen la tarea... Si ellos no estudian, yo no puedo hacer nada

La supervisora se exaspera cuando ve las notas. Y (como si hubiera escuchado los argumentos de la docente) dice: 

- Yo no te pido que cambie la nota.
- Con esas notas, los perdí de por vida... Yo hago un acuerdo: si le va un 2, le dejo un 4.
- Sabemos que, fuera de la escuela, no podemos contar con que lo hagan.
- Tenemos que reconocer que los tengo que poner a estudiar adentro del aula.
- Es un replanteo que varios docentes deben hacerse.
- Tenemos que trabajar hacia adentro de la institución. Dejemos de poner las tintas sobre los chicos que no estudian.

- Si faltar el respeto a tu trabajo, te pregunto: ¿Qué creés que es ser docente? 

jueves, 20 de octubre de 2011

Absorbés con tu pelo
nuestras mañanas grises

y nos pintás
con palabras de justos
rojos, verdes y amarillos

voz: δρακων

sábado, 15 de octubre de 2011

una torre

El que compró alumno, recibirá torre;
el que compró torre, recibirá alumno.

De costado y sin mirarme, anuncia su nombre:
- Soy Torres. Pablo Torres.
Con el golpe de la indiferencia, expone el desafecto y la costumbre.
Acepta la escritura pero no hay caso: 
no hay huella, sentido o cercanía que narrar.  

Ante mí, una torre
remota y displicente
de apenas 25 años.
¿Qué príncipe se oculta? ¿qué héroe ilusionado?
¿guerrero herido o poeta temerario?
¿Qué ladrillos levantaron los cimientos?
¿En qué tiempos comenzaron los encierros?
(al niño Torres ¿lo atrapaban en la escuela?
al joven Torres ¿lo cercaba el desamor?)

Ante mí, una torre
intrincada y entrañable 
que me invita.
Tan próxima está que busco palas, armo picos,
catapultas de palabras recobradas
imagino cercanías, parecidos,
mecanismos que derriben las paredes, escaleras, las sospechas. 
 
Atalaya de los sueños:
fijá un hito que señale dónde descubrir la calle, la tierra, el mar.
Dulces 25:
arrasás la indiferencia con tus ojos de ver más.

sábado, 8 de octubre de 2011

3. Indómitos

Educadores. Apuntes para pensar el oficio en contextos de encierro

 

indómito, ta (adj): 1.No domado / 2.Que no se puede o no se deja domar /

  3. Difícil de dominar o someter. Aplícase al animal, al carácter, a la tierra.

Y por qué no, también, a algunos compañeros.

Después de publicar el libro El corral de la infancia, Graciela Montes escribió otro con un título mucho más esperanzador: La frontera indómita, en donde reflexiona acerca del arte y la creatividad como herramientas de cambio, de transformación. La "frontera" a la que hace referencia es el espacio de la ficción, del juego y de la creatividad, una zona con reglas propias (distintas a las de la realidad) que nos permite vivir por un rato en una existencia diferente y nos posibilita el retorno a la cotidianidad de una manera nueva. Algunos hechos culturales como ciertas prácticas educativas nos alejan de la domesticación, nos despabilan y nos conceden el ensanchamiento de esa frontera.

Siempre habla de la lectura, de la literatura, pero en verdad está hablando de una concepción determinada de la educación. Hay un artículo que publicó el Ministerio de Nación hace un par de años, "La gran ocasión", en donde explícitamente remarca la función que tiene la escuela en la promoción de la lectura y la imaginación. La escuela no puede ni debe desentenderse de la responsabilidad que tiene en la formación de lectores, es decir (siguiendo la línea de pensamiento que propone), en la formación de sujetos críticos, que cuestionen su historia. Los maestros no estamos para transmitir contenidos prefabricados ni para dejar todo como está. "Un maestro con un horizonte más amplio, con intereses y curiosidades más amplias, va a ser un mejor maestro y, además, va a encontrar su lugar, un lugar de importancia, en esta sociedad. Un maestro "automático", funcional, sin preguntas ni perplejidades, sin lecturas, no va a poder ocupa ese lugar. Su voz va a resultar chata, sin resonancias". Tenemos definitivamente que asumir que nuestro rol es el de acompañar a otros en la construcción de sus propios saberes, de su mirada de mundo, en la re-creación de la historia.



Nunca un lector (nunca un estudiante) es pasivo. Los docentes debemos dar la ocasión de que esta forma de aprender a aprender fluya en nuestras aulas; no es una propuesta que podemos o no tomar, no es una opción: es nuestra responsabilidad: "que la escuela se asuma como la gran ocasión para que todos los que vivimos en este país –cualquiera sea nuestra edad, nuestra condición, nuestra circunstancia…– lleguemos a ser lectores plenos, poderosos. La lectura no es algo de lo que la escuela pueda desentenderse". Si no la asumimos, lo único que hacemos es continuar poniendo ladrillos a una escuela (primaria o media, da igual) cada vez más alejada de los verdaderos protagonistas del hecho educativo. Hablar de inclusión no es "aprobar a todos" (como sostienen los retrógrados o pesimistas de siempre) sino garantizar un espacio de construcción colectiva y circulación democrática de la palabra, propiciar un clima de respeto y creatividad, de reflexión y debate. ¿Qué persona, alumno, profesor o estudiante puede resistirse a ello? Tal vez seamos pocos, pero tenemos miles de anécdotas que nos certifican.


Graciela Montes es una excelente escritora de literatura infantil puesta, en estos casos, a teorizar sobre el cruce entre literatura y escuela. Otros escritores, tan modernos ellos, suelen alejarse de la institución educativa, reniegan de ella, la critican (muchas veces con razón) esgrimiendo que censura la creatividad, reproduce discursos vacíos y ahuyenta a los alumnos. Graciela Montes, en cambio, sí critica la escuela, pero también elige apostar a ella, porque entiende que la escuela está viva. Y que no hay otra forma de enseñar que no sea construyendo aprendizajes significativos.


Tuve y tengo la suerte de compartir escuela con compañeros maravillosos, indóciles a la mediocridad, indoblegables frente a lo instituido y entrañablemente ingobernables. Docentes que no solamente aceptan el desafío de ampliar fronteras (propias, ajenas) sino que me demuestran, día a día, que la transformación es posible.