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viernes, 8 de octubre de 2010

Llaves

Al tercer día del taller,
Ruiz Díaz de Vivar resucitó dentre los muertos.

Está sentado a mi izquierda y
aunque quiere
desconoce las reglas del juego.

Rengo o desmayado como Lázaro
larga palabras a andar.

Y vive
niño y adulto
como si nunca se hubiera ido de Tormes.


Mire que yo no sé jugar.
Nunca jugué a nada. Ni a las damas, ni al ludo, ni a nada. Dibujar tampoco. Cuando era chico, no aprendí... y después ya no tuve tiempo.
De chico yo laburaba con mi papá, en el taller. Pero no porque tuviera necesidad, no... Es que mi viejo tenía una discapacidad: era sordomudo... no de nacimiento, él tuvo meningitis. Era sordomudo y yo era, como quien dice, su mano derecha, su forma de comunicarse con el mundo. Donde iba mi viejo, iba yo... por eso es que siempre estuve entre grandes. No era un trabajo para mí, simplemente lo hacía, era así. Él trabajaba en el taller, todo el día, y yo lo acompañaba, hablaba por él. Y en el taller yo miraba y aprendía... así aprendí por ejemplo a abrir autos sin llaves como una picardía se podría decir, pero no como algo malo porque mi viejo no se dedicaba a esto. Yo arranqué después, cuando mi viejo murió, empecé así sin nada casi como un juego o una travesura.
Mis hermanos no estaban en el taller, yo soy el más grande de los 4 y ellos no tuvieron esa función digamos.
Igual mientras iba al taller también iba a la escuela. Fui a la primaria, pero no terminé. Llegué a 7mo grado y a mitad de año, dejé, no fui más. Mi vieja no me mandó, tal vez porque ella es una persona muy sometida: mi hijita de 3 años va y la domina.
¿Juegos? No hacía lo que hacían mis amigos, ni al fútbol jugaba, y después, cuando era más grande, los miraba y me parecía que eran cosas de chicos, ya ni me llamaban la atención.

Así que la primaria la terminé en el Instituto recién. Quedé con poco porque nunca robé con armas. Como le dije una vez, empecé de chico, como un juego o a aventura. 

voz que dice: el Vecino

jueves, 23 de septiembre de 2010

felicidad clandestina


Si alguien te dice
'Todo el tiempo que quieras'
te está dando libertad:
la libertad de elegir
cuándo
dónde
para qué


voz de: Alma de día

Acerca del cuento "Felicidad clandestina", de Clarice Lispector

miércoles, 15 de septiembre de 2010

paro del miércoles y jueves

EL MIÉRCOLES


"La unión hace la fuerza"
"En mi barrio, al que va a trabajar un día de paro lo llaman carnero"
"Yo nunca levanté la mano en una asamblea o algo así"
"Yo estuve en los saqueos del 2001, los ojos rojos de tantos gases"
"¿Ustedes vinieron con los guardapolvos puestos desde la calle, o se los pusieron al entrar?"
"Está bien lo que hacen estos pibes, porque ellos también piensan en las generaciones venideras"

voces varias del módulo 2

viernes, 20 de agosto de 2010

Usos del Condicional

El condicional puede expresar :

posibilidad o probabilidad vista desde un pasado. Ejemplo:
  • Tenía 13 años cuando caí por primera vez. Los jueces me mandaron a un Instituto no por la peligrosidad del delito sino del entorno. Pensarían que eso era lo mejor para mí.
... pero puede estar referida también a un momento futuro. La perspectiva entonces no sería pasada, sino presente:
  • Yo no te robaría.
puede expresar polémica en un tiempo lejos del presente:
  • Me arrepentiría automáticamente.
y expresa (forma atenuada) ruegos y deseos de forma cortés:
  • Y te invitaría a tomar un café.
voz del tigre díscolo

    jueves, 19 de agosto de 2010

    grietas

    con un palo hay que darle a esta mujer
    perra que no entiende
    ¿nunca más un chiste?

    con un palo
    fuerte hasta que grite
    darle como si le gustara
    como si fuera negra
    o municipal
    o extranjera
    o docente de escuela pública
    ¿qué es peor?
    de lengua tenía que ser

    con un palo
    hasta que entienda
    y se calle
    de una puta vez

    miércoles, 23 de junio de 2010

    Antipatías

    En la escuela hay distintas clases de alumnos. Una es la de los simpáticos, pura amabilidad y agradecimiento al espacio-escolar-como-ámbito-de-libertad. Reconozcamos: cuando el halago es permanente y desmedido, la frase se fosiliza y se convierte en zalamería; pero no importa, los profes (embelesados) aceptamos la artimaña. Pertenecen a esta clase quienes pertenecen: forman parte de la escuela y, en tanto buenos alumnos, son adoptados por la mayoría de los docentes. 
    En el otro extremo están los cachivaches, esa manga de colgados que pasean de pabellón en pabellón, y van y vienen de la escuela, de la cárcel, de la vida dejando aulas, tareas, hijos, cuatrimestres sin cerrar y nunca se sabe a ciencia cierta en qué momento caen de nuevo a la escuela a pedir tarea, certificado, punto o asistencia. Ellos (mal que nos pese) no pertenecen. Casi nadie retiene sus nombres y, cuando algún profe lo hace, es como un fastidio o una lejanía.
    En el medio, más cerca o más lejos de unos y otros, hay unos cuantos inclasificables. 
    Federico vino siempre a la escuela y, aunque no se lo reconozca como uno de los "fundadores", está desde un comienzo. Cuando dejó de hacerlo (porque lo habían trasladado a otro pabellón), renegó con las boletas, con los guardias, con los docentes y con los celadores para poder seguir estudiando. No se cansó, insistentemente denunciaba: "No me llega la boleta". Pero nunca con una sonrisa. Federico no pertenece a la clase de "los simpáticos", en absoluto. En el aula casi no habla y, si lo hace, expresa enojo, tristeza, desolación. Con su silencio transmite incredulidad, con cada mueca demuestra su escepticismo. No mira con resignación sino más bien con la certeza que trae la injusticia. La semana pasada contó en medio de una sinceridad que todavía me asombra cómo fue que había caído la primera vez.  
     
    -Usted vive en Mataderos, ¿no? Yo caí por ahí.
    -¿Y qué andabas haciendo por mi barrio?
    -Un supermercado.
    -¡¿Un supermercado?!- me asombré... es que en la cárcel los relatos de los delitos son tan grandilocuentes que la revelación de un lugar conocido, cotidiano me resultaba de una sencillez inusitada. 
    -La cosa fue así. Sabíamos de una Juncadela, ¿y qué? Yo no le afano a los pobres ni a los jubilados. Y además no caí ahí sino después, cuando bardeamos y no pudimos cambiar el auto. La comisaría de Mataderos es la 42, ¿no? Dios mío, son los peores. Cómo me pegaron ahí. Desnudo, en el piso, y me seguían pegando... Encima, al rato vinieron las minas (de las policías estoy hablando) y también me verdugueaban, me pegaban. ¿Se imagina eso? ¿Sabe qué humillante fue ese momento para mí? En cambio ahora, cuando caí la otra vez y por algo más groso, no me pegaron ni nada, pero esa vez me dieron con todo.

    No era común que Federico pronunciara semejante monólogo. El antipático se despachaba, de golpe, con una pila de palabras y apoyaba su historia sobre la mesa. 
    -¿Cuántos años tenías?
    -17.
    -Eras menor.
    -Sí-, sostenía la afirmación con un lento movimiento de cabeza. Así lo había conocido yo: palabras sueltas, frases entrecortadas.  
    -Y además, si ya te tenían preso...
    -... no tenían por qué pegarme. ¿Eso iba a decir, no?
    -Exacto. 
    -Pero les gusta, profe-, hablaba tranquilo, pausado, no sonreía. Cada palabra, un golpe.  
    -¿Y cómo se hace, Federico, para después...?- y ahí quedé, porque no me animaba a completar la pregunta.  
    -No se hace, profe. Qué quiere que le diga... Se odia nomás.

    Esperar

    Leímos “Los estatutos del hombre”, de Thiago de Melo.
    -Eso lo tacho-, dijo Hamlet, haciendo referencia al artículo que hablaba sobre la confianza.
    Entonces hablaron del lugar, de cuánto podían confiar y cuánto no. Hamlet de los que no confían, Octavio (tanta candidez al hablar) de los que a veces sí, Cruz dijo:
    -A algunos acá los conozco de afuera, yo sé si puedo confiar o no.
    Y dijo algo, casi a modo de confesión:
    -En la calle yo salía a robar y no se lo daba ni a mi vieja ni a mi hermana ni a nadie. Se lo daba todo a la madre de un amigo, Susana. Tomá, le decía, y tun, se lo dejaba a ella.
    Mueve los brazos al hablar, como si quisiera clavar cada palabra que dice. Clavar dónde, en mi cabeza..., en el aire, en el tiempo...
    Tiene 23 años y una voz a veces áspera, con la cadencia del que está borracho o drogado. 23 años y no sabe cuándo sale... “en septiembre tengo juicio, el 20 y el 22, salgo en 3 meses o me quedo un rato largo” … el 20 o el 22: ¡qué primavera!, pensé. ¿Por qué no el 21?, pensé. ¿Celebran los jueces el día del estudiante? ¿No quieren empañarle al preso un día tan socialmente alegre? El 20 o el 22, falta tanto, tantas cosas pueden pasar, pero él se sabe perfectamente la fecha, pensé. Este tiempo, este presente de cárcel, es un tiempo muerto, un quedar a la espera de. “¿Quién me mandó a ir caminando por esa calle ese día?”, se preguntó de golpe Cruz, el de 23. El tiempo va y viene, del día en que cayó al día del juicio. Todo lo del medio: la cárcel, la escuela, las clases de Lengua, la profesora de Biología, los apuntes de Contabilidad, el jefe de Módulo, la comida... todo lo demás está en el medio y valen solamente en tanto “pasan”, acontecen o hacen pasar el tiempo.

    viernes, 21 de mayo de 2010

    manifiesto

    contra los días de encierro


    Nosotros, los presos,
    debemos luchar para terminar con ellos,
    son días duros, difíciles,
    por momentos nos sentimos oprimidos
    por los barrotes,
    acorralados contra las paredes,
    sentimos la contradicción en nuestros sentimientos,
    la falta de sol, de la luna y las estrellas.


    Pero a pesar de todo seguimos,
    sin saber qué nos impulsa,
    y al mismo tiempo lo hacemos por algo,
    qué contradicción.
    Pero en momentos de lucidez sí sabemos por qué:
    por nuestras esposas,
    por nuestros hijos,
    por nuestras madres,
    pero fundamentalmente por nuestra libertad.
    Por eso le digo a todos los presos:


    Adelante, esto es pasajero,
    lo mejor está por venir.

    voz: Hamlet

    miércoles, 28 de abril de 2010

    Etimología (aclarando conceptos)

    - ¿Y de dónde viene eso de “tumba” por carne?- pregunto.

    - Y...

    - Será porque es carne muerta, seguramente...- ensayo una idea.

    - Mire: en la cárcel hay palabras que no se pueden decir, profe. Usted acá no puede ir y decir: “Che, me pasás la carne...” porque le van a decir; “¿Cuál? ¿ésta?” . Por eso tumba, profe... en la cocina, todos dicen así.
    Lo mismo pasa con huevos, nadie dice “Dame 2 huevos” ; acá se llama producto: uso dos productos para tal cosa, o tres o cuatro... Más bien que afuera no voy a ir a decir “Me da dos productos” , porque el almacenero me va a decir “Me estás cargando, pibe, ¿¡qué productos querés!?” . Pero acá sí.
    Y acá la leche, es vaca rallada .

    voz: Diplodocus

    viernes, 16 de abril de 2010

    El cielo o el infierno.


    - Acá estamos en el cielo.
    Acá en la escuela, me refiero.
    Después, puro infierno.



    voz: el vecino

    martes, 6 de abril de 2010

    poyito


    (registro de un intenso día de trabajo en educación en contextos de encierro)
    jueves 25 o viernes 26 de marzo - 1º año

    Habíamos leído “Corso”, de Walsh y “El hijo de la maestra”, de Incardona. Habíamos hablado de las anécdotas de la infancia, de cómo armar un relato y hablar de uno contando, también, de otros.
    No sé si será su acento españolísimo hasta el tuétano, pero José leyó un recuerdo digno del Lazarillo de Tormes: los dos aprendices de monaguillo, los dos pobres, los dos pícaros. Sergio acercó la historia de un padre que sobreactúa frente al enfado de la maestra pero se vuelve cómplice de la travesura infantil apenas la autoridad se da la vuelta. Mauro nos ubicó en una camioneta al anochecer volviendo del campo, la ruta y un niño que interroga a los hombres que lo rodean sobre los secretos de la sexualidad. El clima era afable, alguna sonrisa, el candor de la niñez como una verdad eterna, cierta emoción más cercana al recuerdo alegre que a la nostalgia.
    Entonces Adrián dijo que él había escrito y me pidió que lo leyera yo porque ya ni sabía si podría entender su propia letra. “De eso trabajo” creo que dije y leí:


    El destino de la vida me yevo a la calle teniendo 10 años y a pasar hambre y estar solo en un mundo echo para grandes, y conoci mucha jente de todas las edades; pase por hogares institutos y mucha caye q' aprendi cosas q para my edad no era bueno xq fuy quemando etapa es decir salteandome cosas lindas o feas según como lo vea. Y conoci un grupo de pibes mas grandes que yo y me empesaron a decir el Poyito y en ese grupo que era muy grande conosi al que hoy por hoy es mi hermano. Porque la mamá y el papa me adoptaron cuando yo tenia 15 o 16 años.
    Unos de los pibes del grupo tenia problemas con la gente mas grande de el barrio. Y los grandes sabia que yo paraba con esos pibes y un dia yo estaba andando en bici por el barrio y me frenan varios muchachos que tenian armas y de un golpe me rompieron la cabesa y me amenasaron con matarme y ellos querian que yo le dijera donde estaba el otro grupo de pibes y yo no les dije donde estan.
    En un momento cuando vi la oportunidad porque paso un grupo grande de gente porque salian del ipodromo sali corriendo y fuy abuscar a los pibes y les conte lo q' me paso y fueron a buscarlos cuando yegaron asta el lugar q' estos tipos se encontraban y los vieron empesaron a disparar eramos como 30 pibes y salieron todos corriendo y a uno de los pibes lo alcanso una bala y veo q' quedaba solo
    me buelvo entre los tiros y lo abrazo y lo saco del lugar de los disparos lo dejo en un lugar seguro y vuelvo con un taxi y lo yevo al hospital. Viene la poli y preguntó quien esta con el erido y dije yo entonces me yevaron preso y despues de unos dias vino la familia a la comisaria y me dijeron gracias por salvarle la vida a my hijo y preguntaron que podemos hacer por vos y yo dije sacarme de aca y aberiguaron en poco tiempo y isieron los tramites para adoptarme y me adoptaron y empece a tener una familia gracias a gustavo el erido. Como dice el dicho no hay mal q' x bien no venga.

    Qué siguió después de eso, me pregunto ahora. Seguro balbuceé alguna diferencia entre los textos anteriores y este, por extensión u hondura, entre esa inocencia que creíamos inmanente a toda infancia y la dureza de una vida en particular que sirve para desgarrar cualquier esperanza o lugar común. Mauro, cuyo texto había provocado la risa, ahora volvió a tomar la palabra y lo primero que dijo, casi como una disculpa, fue: “Yo no tendría que estar acá” y contó que su padre “tenía una debilidad, un vicio que eran las mujeres, hasta que se metió con la mina de un comisario. A mi papá lo mataron y todos en el barrio saben quién fue. Mi papá tenía trabajo, la camioneta era de él, estábamos bien y todo se vino abajo. Después a mi mamá la amenazaron y le dijeron: 'Tenés hijos, pensá en ellos'. ¿Y ella qué podía hacer? Tenía hijos, entonces no hizo nada. Después, cuando todavía era menor, yo hacía cualquier cosa y a mí, cuando caía, me decían: 'Ah, vos el hijo del que mataron... andate, pibe'. Me perdonaban la vida, como quien dice. Pero después... bueno, después, después ya no”.
    Adrián dijo que su texto podría tener una segunda parte, y que si así fuera no podría parar: “Si me pongo a escribir, profe, no sé, quizás lo termine matando otra vez”. Ahí, creo, hablamos de la causa, no la del discurso judicial sino de la palabra causa. Porque una cosa es ese acto preciso en tiempo, responsabilidad y espacio que los llevó a ellos a estar en la cárcel (robo, estafa, homicidio, drogas) y otra es la causa primera o anterior o más profunda. Ese acto tiene (tiene que tener) también sus propias causas, menos efectistas para los noticieros de tv, más silenciadas.
    No sé cómo ni por qué sentí la necesidad de preguntarle a Adrián cuándo era su cumpleaños. “El 30 de marzo”, contestó. La inminencia de la fecha y la proximidad con la del cumpleaños de mi hijo me dejó atónita. Me pregunté si mencionar la coincidencia no sería riesgoso, pero a esa altura ya estábamos tan pero tan emocionados que hubiera sido más profesional, sí, pero menos humana si no lo comentaba. “El martes es tu cumpleaños y el miércoles el de mi hijo. ¿Qué te regalo, Adrián?” Si ni siquiera podía ser algo que me sobrara de la fiesta infantil, porque él cumplía antes.

    -Calmantes- susurró casi.
    -¿Y te siguen diciendo así, Poyito?
    Nos reímos un poco.
    Tomé aire.
    -Sí, a veces- contestó.

    Después propuse que no fuera todo tan triste y alguien retomó el final del texto de Adrián “No hay mal que por bien no venga” y hasta contamos unos chistes. Malísimos pero efectivos.

    -Por eso es importante lo que hacen ustedes, los profesores, en la escuela. Que vienen a estar con nosotros, que somos personas que nos equivocamos, y vienen ustedes a enseñarnos...
    - Sí, pero no te lo creas tanto. No somos jueces, somos docentes. No somos buenos: es nuestro trabajo.
    No sé por qué dije eso.
    Porque no quería que nos quisiera tanto, supongo. O porque yo tampoco quería creérmelo.
    Después, cuando salimos con otra profe, un alumno que había recuperado recientemente su libertad, se acercó, nos saludó y nos presentó a su esposa. Hablamos apenas unos minutos en la vereda pero todos dijimos cosas hermosas y estábamos exultantes casi como si afuera uno realmente fuera libre de hacer lo que quiera. Dijo que había salido sobreseído... estaba afuera y eso alcanzaba para crear una caricia o creer en algo. Cuando nos retiramos, con Sandra coincidimos en que quizás nuestro ahora ex alumno estuviera más flaco o cansado...
    ¿Qué más pasó ese día? En el colectivo me encontré con Carmen, una ex alumna de hace ya más de 10 años, que en su momento había empezado el Profesorado y después tenido hijos y después vuelta a estudiar. Dos ex alumnos en un mismo día. La cabeza me estallaba. No podía ser cierto lo que había contado Mauro: ni la historia de un padre muerto por un policía, ni la impunidad, ni el desaliento de la madre. No podía ser cierto. Era mentira. Qué estúpida. Solo yo podía creerme semejante cuento. Tampoco lo de Adrián: no podía haber quedado solo de chico, nadie se queda solo en la calle en bicicleta en la vida a los 10 años ni anda de héroe salvando al pobrerío agonizante. Si hasta era cursi, cómo creerle. Nadie que es un asesino puede arriesgarse para salvar a otro ni recibir nombre, familia, mirada de recompensa. Nadie en su sano juicio pudo haberlo bautizado Poyito y menos con mayúscula. Nadie que escribe isieron escribe hijo o abrazo.
    Fernanda, una mamá de la Cooperadora que tuvo preso a un hombre de su familia, siempre me dice que a los presos no hay que creerles porque te embarullan con tantas mentiras. Siempre me lo dice, pero esa tarde me dijo que a veces dicen la verdad.
    Después vino la huelga de hambre que no salió en casi ningún diario y ya no tuvimos clases por unos cuantos días. Cuando terminó, Adrián recibió sus regalos: un libro firmado por todos los profes y la jirafa que compré en la calle Florida, uno de esos jueguetitos de madera con elástico que se desmayan cuando se acciona un resorte en la parte inferior y que, al soltarlo, vuelven a tomar la postura erguida. La frase que acompañaba el objeto es la siguiente: “aunque los vientos de la vida soplen fuertes, soy como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie”. Sí, ya sé: cuando el texto repite la imagen o el objeto que acompaña, no aporta nada casi. Es más poética la relación entre texto y objeto si las palabras completan o complementan o hasta contradicen. Quizás la frase elegida era demasiado obvia. Y repetitiva, redundante, reincidente, obstinada, perdurable y persistente sin duda.

    jueves, 25 de marzo de 2010

    Envuelve
    la magia, el calor, la fantasía
    contagia
    lo real, lo absurdo, lo imaginable
    entrega y devuelve
    se des
    prende.
    Como si fuera pura emoción o puro amor
    como si fuera todo lo que necesitamos hoy
    como escondiendo el mañana. 

    MR

    domingo, 31 de enero de 2010

    aprendizajes


    - ¿Qué te gusta de esta versión de la historia?

    - Lo que me gusta de ella es que más una travesía personal. Es de las cosas más importantes en la vida hoy en día: ese momento en el que tomás la decisión más importante. Quizás les pasa a todos, quizás no. Quizás lo hacés más de una vez en tu vida; cuando aprendés algo, crecés. Es como si tuvieras dos partes de vos mismo en conflicto emocional. Y luego, cuando hacés ese crecimiento personal, es algo increíble, muy fuerte. Te reconciliás con vos y con quien sos, volviéndote la persona que serás, un ser humano. 
    Suena ligero, pero es importante.

    Tim Burton, sobre Alicia en el país de las maravillas.  

    miércoles, 7 de octubre de 2009

    malditos

    Trabajamos:
    - Bendición de dragón, de Gustavo Roldán
    - Maldición de dragón, del mismo autor.
    - Espantapájaros 21, de Oliverio Girondo.









    Leímos algunos capítulos de En las nubes, de Ian Mc Ewan. Y escribimos, como en "La crema disolvente", lo que nos gustaría que desapareciera.





    jueves, 17 de septiembre de 2009

    Sobre brujas queribles y reinos más o menos lejanos


    La siguiente exposición consta de dos partes: en la primera, me propongo hacer una breve introducción al tema del sexismo en la literatura infantil, con referencias concretas a relatos tradicionales y a la construcción de las figuras del príncipe, la bruja y la princesa. En un segundo momento, analizaré estos mismos personajes en cuentos actuales que abordan la cuestión de género desde una perspectiva distinta.
    Antes de entrar específicamente en el tema, podríamos interrogarnos acerca de por qué hablar sobre literatura y género. Dos cuestiones conviene aclarar al respecto: por un lado, el carácter fundacional de los relatos tradicionales en la formación lectora. Es a través de esas primeras narraciones (leídas o escuchadas) que los sujetos nos vinculamos con el mundo que nos rodea. Los cuentos infantiles cuentan una historia pero, al hacerlo, también trasmiten normas sociales y culturales, formas de relación esperables o condenables, pautas a seguir o transgredir. Este es uno de los modos en que se internalizan, durante la niñez, los roles que los seres humanos jugamos, ya adultos, de manera más o menos fija. Por otra parte, considero que la cuestión de género debe abordarse de manera transversal, a lo largo de las distintas etapas de la vida, dentro o fuera de la escuela. Así, pensar hoy la literatura infantil quizás nos permita orientar el análisis no solamente hacia los más pequeños sino también como una oportunidad de mirarnos a nosotros mismos en tanto docentes -algunos en formación- que encaramos estas cuestiones en nuestras clases, -nos guste o no- como resultantes de una larga serie de naturalizaciones.
    En rigor, estas ideas surgieron hace un tiempo, cuando participé de unos encuentros con un grupo de maestros de primaria que se juntaban (y se juntan todavía) a debatir diversos temas propios de la tarea. En aquella oportunidad, se discutía acerca de la diferencia entre las brujas tradicionales y (lo que en ese momento se dio por llamar) las brujas "posmodernas". Las tradicionales son las malas malísimas, feas y oponentes necesarias de héroes y heroínas de cuentos como Blancanieves; las brujas "posmodernas", en cambio, están representadas por criaturas más bien graciosas, a las que en varias ocasiones su brujería les juega una mala pasada, y que no son tomadas demasiado en serio ni por protagonistas ni por lectores.
    En medio de estas discusiones vino a mí un libro (ya clásico) de Graciela Cabal, llamado Mujercitas, ¿eran las de antes?, que en su momento editó el Quirquincho y, más tarde, Sudamericana. A riesgo de ser redundante (el análisis del sexismo en la literatura infantil debe tener ya como 50 años), hago los comentarios siguientes con la idea de sumar temas o miradas a la cuestión “brujas”.
    Por lo general, en estos cuentos los hombres son fuertes y valientes, reyes que gobiernan sabiamente y príncipes aventureros que cabalgan en corceles, escalan torres imposibles o atraviesan bosques atestados de peligros. Mientras tanto, adentro de casas o castillos, las mujeres cosen (o al menos lo intentan, porque varias encima lo hacen tan mal que terminan pinchándose), se miran obsesivamente al espejo, cocinan pócimas o guisos y suelen pasar años acodadas en las ventanas a la espera de.
    ¿Qué representaciones sociales acerca de las mujeres reproducen los cuentos tradicionales? Ellas se dividen en dos tipos: las malas, feas, viejas y envidiosas que cobran entidad en brujas o madrastras (y que podrían pensarse como antecedentes directos de los chistes “de suegras”); y las buenas, lindas, tiernas y obedientes, muchachitas dóciles en alma y cuerpo (encima son flacas) o princesas "con gracia" (léase "agraciadas o agradables", nunca divertidas). Pienso en la abnegación de Cenicienta (que cae en desgracia al morir el padre y recibe la salvación de manos de un príncipe) y en la pasividad desesperante de la Bella Durmiente (algún sueño inquietante debe haber tenido esa muchacha en toooodo ese tiempo, quiero creer).
    Estos relatos hilvanan una serie de conductas sociales acerca de lo masculino y lo femenino, una suerte de modelo y antimodelo de lo que significa ser hombre o ser mujer. Por su enorme carga valorativa y la insistencia en su reiteración, son modelos que se van rigidizando y se convierten en estereotipos. En el muy muy lejano mundo de los cuentos de hadas, las malas son altaneras, odiosas, vengativas, traicioneras y de mal talante; las princesas, dulces, adorables y tan buenas como hermosas; los príncipes, gentiles, astutos, fuertes y hasta sabios. Pero estos roles trascienden la ficción y, en nuestro tan cercano mundo de las cotidianidades, obligan a posicionarse también a los lectores: si los príncipes son valientes y audaces, también deben serlo los niños; si las princesas son frágiles y están permanentemente desprotegidas, similares características se esperan de las niñas.
    También en Hansel y Gretel (por poner otro ejemplo), se repiten modelo y antimodelo de lo esperable en una mujer. Gretel es la acompañante, "la hermana de", una niña obediente que no solo acata órdenes de sus padres sino también de la bruja o de Hansel (ella es la que llora mientras él es el que propone soluciones; ella se asusta, en cambio él tira piedras o migajas en el camino). Del lado de las condenables, están la bruja fea y chicata (que seduce a los niños para comérselos) y la madrastra despiadada que embrolla al marido para que se deshaga de sus hijos (y que tanto recuerda a Eva, esa otra que “le llena la cabeza” al hombre para no estar sola ni en el error ni el castigo). No hay término medio en la representación de la mujer: actúa su papel de agresión o de sumisión; según sea culpable o víctima, hace daño o lo sufre.
    ¿Cómo llegamos del maniqueísmo de los cuentos tradicionales (en el que las brujas eran indudablemente representación de todos los males del mundo) a los relatos más modernos plagados de princesas valerosas y brujas que no asustan prácticamente a nadie? ¿Qué gana y qué pierde el mundo infantil con estas modificaciones? Y, lo que resulta más pertinente: ¿de qué modo impactan estos cambios en la cuestión de género?
    En primer lugar, es necesario señalar que los estudios realizados sobre el sexismo en la literatura infantil trajeron como consecuencia la irrupción de una “nueva” literatura, empeñada en correrse del ámbito de lo moral y apartar a la mujer del estereotipo de abnegación. “Sobre todo ha habido un cambio en la representación del mundo -señala Teresa Colomer- ya no cuentan los mismos temas ni existen los mismos personajes del siglo pasado, la literatura se ha modernizado y ajustado a los tiempos que corren”. Entonces empezaron a proliferar princesas audaces, caballeros temerosos o miopes y brujas despistadas. El resultado no siempre implicó un salto cualitativo. En literatura, cuando la intencionalidad es más fuerte que la historia, pierde el texto porque a los lectores sólo les queda aprobar o negar (lo cual supone más una actitud consumista que creadora); así es como hay cuentos infantiles que se acercan al panfleto, a la falsa insurrección y otros directamente al ridículo. En cambio, cuando se impone el artificio literario, ganan también quienes leen el texto, porque el sentido no está del todo cerrado y son los lectores quienes terminan de construirlo. Michèle Petit opina que a veces los textos que más nos conmueven, que más nos interrogan sobre la propia existencia no son los que hablan exactamente de nuestra realidad, los que se refieren de modo explícito a un tema determinado (denominados “relatos espejo”) sino aquellos que postulan un desplazamiento: es la trasposición, la metáfora la que permite dar sentido, tomar distancia y cambiar el punto de vista.
    En segundo lugar, hay una objeción interesante que se puede plantear en relación a estas relativizaciones de los personajes tradicionales. Al disipar con figuras ñoñas las representaciones de la maldad, corremos el riesgo de que niños y niñas se pierdan en la indeterminación de ‘lo bueno un poco malo’ y ‘lo malo no tan feo’, y que la carga fuertemente simbólica de estos primeros relatos, se diluya o desaparezca. Horacio Cárdenas, uno de los maestros que abogaba por la defensa de lo tradicional, sintetizaba su postura de esta manera: “La Bruja es rejunte, mezcla y hervor de noche y oscuridad (lo desconocido, lo innombrado), de magia y hechizo (capricho de las reglas del mundo) y sobre todo de vejez, corrupción del cuerpo: el paso del Tiempo; es decir, nada menos que el horror ante La Muerte. ¿No es demasiado pronto desestereotipar estos paradigmas en la primera infancia? Si lo malo no está donde la imaginación histórica de la humanidad lo puso (en una bruja, un ogro, un cruel vampiro) ¿dónde está? –bien podría preguntarse el niño–”.
    Aunque este riesgo existe, también es cierto que en la repartija literaria de maldades, purezas o acciones, algunos han salido más favorecidos. Graciela Cabal escribía: “Se sobreentiende que estamos haciendo burdas simplificaciones de un material riquísimo, de profundo simbolismo. (...) Pero atención: también es cierto que estas dulces y tontas niñas son, de alguna manera, modelos de identificación. Entre los personajes de los cuentos tradicionales no recuerdo ninguna sastrecilla valiente que pueda matar siete de un golpe (sean moscas u hombres), ninguna niñita tan animosa como para despanzurrar gigantes, ninguna gata con botas que se las ingenie para conseguirle a su dueña, la marquesa de Carabás, no digamos un reino, con príncipe y todo, sino, aunque más no fuera un mísero ranchito. Y decididamente no existe en estos cuentos ninguna princesa rosa o azul -tanto da- de besos capaces de despertar a la vida a bellos príncipes durmientes”. Por eso creo que romper con ciertos estereotipos, como los que asocian bondad a belleza (y a UN tipo particular de belleza) o vejez a maldad, no está tan mal. Tal vez algunos de estos relatos más nuevos, menos estereotipados, interroguen sobre un tema fundante de la vida: la identidad. La pregunta: ¿quién soy? / ¿qué soy? también despierta otro gran temor: la incertidumbre frente a qué espera la sociedad que yo (hombre, mujer) sea.
    Y en relación con esto, acerco algunas escenas de lectura referidas a tres libros distintos: uno de brujas, otro de príncipes y otro de caballeros y princesas.

    En el primer caso, se trata de ¿Qué crees? (V. Goodman, FCE). Página a página, cada ilustración hiperrealista se cierra con un interrogante sobre las características de la protagonista. Mientras que a lo largo del libro se refuerza el estereotipo (vestido negro, sombrero, gato, nariz prominente...), el texto final sorprende por lo inesperado: esta bruja NO es mala. Tuve la oportunidad de leer este libro con varios grupos y los resultados fueron distintos. Por lo general, los más chicos resisten en sus creencias y, aunque vacilan ante el poder de la palabra escrita, sostienen el estereotipo: "si es una bruja, es mala".
    Pero en muchos casos (sobre todo con chicos de 3ro o 4to para arriba) los comentarios fueron del tipo: "No es una bruja, es un hombre disfrazado", "Es tan fea que parece un hombre", "No puede ser, ¿es un hombre?", "¡Es un travesti!". Es decir, para ellos la tensión no estaba puesta en que la bruja fuera buena o mala, sino en su identidad sexual. Yo creo que bien vale, entonces, esta bruja posmoderna que expresa el miedo frente a lo inclasificable.
    El segundo libro se llama Rey y rey (ed. Serres), donde se cuenta la ansiedad de la reina por conseguirle pareja a su hijo, quien luego de un desfile de candidatas, elije al hermano de una de ellas, el príncipe Azul. Leí este libro a unos chicos de cinco años. Aunque empezaron cuestionando el título: "¿Cómo 'Rey y rey'? ¡Te equivocaste! Debe ser 'Rey y reina', ¿no?", después se dejaron llevar por la trama y no discutieron ni la historia ni el final. Me permito presuponer que, de haberlo leído a un público de más edad, las repercusiones hubieran sido otras. De hecho, las resonancias entre docentes fueron del estilo: “¿Te imaginás si se lo leo a mis alumnos? Al otro día tengo un batallón de padres”. Observemos en el comentario que ubica el cuestionamiento en el mundo adulto, y no en el de los niños. Un dato respecto del libro: este cuento fue incorporado en Inglaterra en un programa piloto cuya temática es “Educación e integración” y está dirigido a chicos de Jardín y Primaria.

    El tercer texto es de Keiko Kasza y se llama "El caballero y la princesa". En la historia, después de leer un cuento tradicional, los protagonistas (dos amigos, Dorotea y Miguel) deciden jugar al caballero y la princesa (es decir, representar los roles que habían leído en el cuento). Lo interesante es que no es la lectura la que trae el conflicto; a ellos no les molesta que en el cuento el caballero sea valiente y la princesa asustadiza. El problema surge cuando tienen que poner el cuerpo (el real, el de cada uno) en esos personajes. Y la primera objeción, por supuesto, la hace Dorotea: "¿Qué hay de malo en que la princesa salve al caballero?"; ella no cuestiona el nombre o el personaje sino las funciones que realiza, las acciones; quiere ser una princesa, pero de ningún modo quedarse fija en un lugar, esperando ser rescatada por otro. Miguel, en un primer momento, no accede; pero hacia el final de la historia, la resolución llega cuando descubre que es más divertido turnarse.
    Por último, quisiera hacer un comentario sobre El Libro de los Cerdos, de Anthony Browne. En este caso no hay caballeros ni brujas ni princesas, pero es tan claro el abordaje que se hace de la cuestión de género, que vale la pena detenernos un minuto en él. El cuento parte con la exacerbación del estereotipo del hombre activo y la mujer sumisa: los varones (el Sr. De la Cerda y sus hijos) son los que están afuera de la casa, pero aparecen desacreditados por la exageración (“importantísima escuela”, “su muy importante trabajo”), por los verbos que señalan sus acciones (comer, gritar) y por la inercia frente a la TV. En el otro extremo está la mujer quien, aunque también trabaje afuera, está sentenciada al mundo de las tareas domésticas. La historia cautiva porque se cuenta a través de dos lenguajes: el de las palabras y el de las imágenes. Por ejemplo, la invisibilización de la mujer está acompañada por una paulatina metamorfosis de los varones en cerdos, y estos procesos acontecen simultáneamente en el plano del texto y de la ilustración. Hacia el final de la historia, el conflicto se resuelve a favor de la alternancia de tareas: “Desde entonces, el señor De la Cerda lava los platos (...) Todos ayudan a cocinar y Mamá a veces compone el coche”.
    Una aclaración que tiene que ver con el papel de la literatura y el “uso” que muchas veces hacemos los docentes de ella. Textos como los que hemos visto podrían tentarnos para “trabajar un tema”: la explotación de la mujer, el trabajo invisible, los roles estereotipados en los grupos, etc. No olvidemos, sin embargo, que con la literatura (con la buena literatura, al menos) no se trabaja un tema (y no porque sea una prohibición, sino porque siempre algo se escapa); es decir, no sirve para; no es el propósito de lo literario, por ejemplo, educar en valores. La literatura está. En todo caso, somos los seres humanos los que hacemos -o no- algo con ella, como cuando aceptamos el desafío de pensar nuestro ser en el mundo a partir de una película, un cuadro o un libro. No es el de Anthony Browne, sin duda, un texto inocente; casi podría decirse que el tema se impone a los demás aspectos de la obra. Pero aun cuando la historia parezca bastante cerrada, la combinación entre lo verbal y lo visual permite situar al lector en un rol creativo: algunos niños “hablarán del tema”, otros se fascinarán con el intercambio de roles pero más como una anécdota que como una verdadera revolución, muchos buscarán en los dibujos los detalles de la pronta metamorfosis y algunos discutirán con la figura de un padre que trabaja pero no protege.
    Para terminar, no quisiera que estas palabras suenen a lo políticamente correcto (ahora las brujas deben ser buenas; las princesas, malas; las lindas, negritas, gordas y proletarias). Si bien al principio decíamos que los cuentos tradicionales refuerzan los estereotipos, también es cierto que forman parte de nuestra cultura, y no por negarlos vamos a modificar mágicamente las condiciones materiales de hombres y mujeres de la época en que fueron escritos o en que se leen. La propuesta sería, en todo caso, sumar variedad al repertorio, mirada atenta a la selección y voces a la discusión. Así como la problemática de género nos atraviesa, permitamos que aflore en cada uno de los debates que surjan en nuestras aulas, sin condenar a los textos literarios a ser leídos como lo que no son. Parafraseando a una gran escritora de la literatura infantil argentina, Laura Devetach, quizás esa sea la mejor manera de propiciar modelos más flexibles, que nos permitan movernos (yo mujer, yo cabra, yo caballo o yo rana) en uno u otros mundos con mayor libertad.
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    CABAL, Graciela Beatriz. Mujercitas ¿eran las de antes? y otros escritos. Buenos Aires. Sudamericana, 1998.
    COLOMER, Teresa. La formación del lector literario. Madrid. Ruiperez, 1998.
    PETIT, Michèle. Apuntes de la conferiencia dictada en el seminario “Relaciones entre literatura y niños en riesgo”. Universidad de La Matanza, abril de 2009.